Mi Madre una Nativa Xtáabay
En toda hacienda es el patrón quien manda, xYáat no es diferente a las otras, aunque cuando se llega a sus cercanías está abrazada por el verdor de los innumerables árboles de ramón que la bordean; se oye el grito de la vacas, de los cerdos, de los caballos, el cacareo de las gallinas, el canto de los gallos, el retumbar del canto de los pájaros, pero entre las casitas de paja donde viven los esclavos allí cruje la pobreza, allí llora la tristeza, allí se cansa la carga, allí se dobla la fuerza, allí se silencia la palabra maya.
Cuando Anastasia respira profundo es sólo para jalar el hilo de su plática en medio de la oscuridad. Las bolsas de sus ojos como jícaras silvestres rebosan lentamente.
La xTáabay sale a platicar con las personas mayores, pero son las personas que no llevan una vida recta, los que le pegan mucho a su mujer y a sus hijos. Lo que hace entonces el Señor Viento es aconsejar a estas personas que hacen estas cosas, se convierte en xTáabay, conquista a la persona a un lugar donde pueda platicar con él. Que su belleza es la que atrae a algún borracho que va a su casa para violentar a su esposa y a sus hijos como es su costumbre. Cuando amanezca, aquel hombre que conquistaron ya sobrio o ya en sí, está acostado entre espinos, tiene extraviado el sombrero o tiene rota la ropa y a veces está desnudo; estas cosas le sucede para avergonzarlo. Cuando llega a su casa en la mañana, ni puede hablar porque no soporta la vergüenza debido a que es el tema más comentado en todo el pueblo. Muchas veces ya no vuelve a pegarle a su mujer ni a sus hijos, ya no se pasa de tragos y así recupera su buen sentido. Por eso la xTáabay, aunque el patrón diga que es el demonio, nosotras las mujeres mayas que sufrimos la violencia en casa, sabemos que la xTáabay es Señora Viento que procura el buen vivir de una mujer.
Ni esta gran reflexión pudo levantar al pequeño Olegario que estaba encogido en el regazo de su madre; Anastasia tampoco estaba segura de que le estuvieran escuchando, tampoco le dio mucha importancia, ella procuró vaciar su corazón, porque es una palabra que hace mucho tiempo levantaba en la cesta de su ánimo; sus ojos habituados a la oscuridad, como la del venado, ya podían mirar en la noche, lo que contaba es como una imaginación, pero estaba como tomando su tiempo.
Debajo del áawaj donde te quedas a jugar, mi hijo —dijo cuando habló de nuevo—, ahí siempre sale la xTáabay, hay niños que se ha llevado —y reventó en llanto—, son los niños que son muy maltratados por las mamás; a veces los devuelven por Señora Viento, hay ocasiones que no los regresan nunca; se los llevan por la xTáabay a un lugar a conocer el cariño, que conozcan cómo debe jugar una madre con su hijo, que aprendan que el trabajo de los niños es jugar, no es como el trabajo de las personas mayores; así enseñan a los padres de familia por Señora Viento a criar a sus hijos; cuando encuentran a veces a los niños que se han llevado por la xTáabay después de tres días de desaparecido o más; no tiene hambre, no tiene sed, no tiene miedo, ni quiere regresar a su casa, porque según cuenta ha estado en un lugar muy bonito, tiene con quién jugar; así lo dice cuando se le encuentra muchas veces debajo de la sombra de una ceiba o de bajo de la sombra de una cueva felizmente jugando sin signos de debilitamiento ni temor. Debajo del áawaj donde te quedas, hijo mío, cerca de ahí hay un árbol de ceiba en la boca de una cueva, no quisiera que te llev...
–¡Mamacita linda! —dijo el pequeño Olegario cuando pegó el grito, en ese momento levanta la mirada para ponerla en el rostro de su madre en medio de la oscuridad.
–¡No me digas más! Perdóname, a mí me gusta mucho ir a jugar ahí. En ese momento se abrazaron para llorarse sin medida y sin fin. De repente escucharon los pasos de alguien que se acercaba a la puerta.
Publicado por la Ojarasca suplemento del periódico la Jornada. Ver enlace