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DEL CONCEPTO MAY


Huella de Venado en la milpa/foto:Haizel de la Cruz


Mayab es también como se le conoce a Yucatán, según el cual, se le ha comentado a propios y extraños, que los colonizadores españoles le llamaron así, derivado de ma’ya’abja’ (no mucha agua) que al parecer no podían pronunciar acertadamente; quizá por este argumento de la mala pronunciación, se hace creíble esta explicación, que no necesariamente es acertada, o cuando menos, no es la única.

La base del término es “may”, lo conocemos aquí en la Península como apellido ridiculizado y usado como motivo de discriminación y burla, toda vez que se ha traducido por muchas mentes cortas, como “casco de pata” de algún animal, descontextualizando completamente el término, haciendo gala de la escases hermenéutica, con la intención de avergonzar a hermanos y hermanas mayas, quienes tienen el privilegio de esta herencia de origen sin ser origen.

Los mayas usamos el término may cuando identificamos una huella, y no pata, de venado en el monte, lo más probable, es que sea esa la razón por la que también al venado se le llame may, mayus o mayito; aunque es un término que pocos usan el día de hoy, no obstante, es un concepto vivo en muchas comunidades de Yucatán.

Lo cierto es que may, es sólo otra manera de decir ma’ay que no se refiere a “casco de pata” de animal, sino que tiene un origen hermenéutico, es voz interna, es escritura interna, es archivo; ma’ay es polvo, es tamo; es también una especie de sabanita, ropaje natural, vestido original, que cubre el agua de los cenotes para conservarlo limpio, es la parte más fina de alguna especie que se obtiene mediante un cernidor, colador, filtro o una tela con la que se filtra el frijol colado o el atole nuevo que cocinan las abuelas antes del saludo del primer rayo de nuestro Yum K’iin.

May o ma’ay se interpretó como “casco de pata” de animal, porque no se explicó; por el desprecio conquistador y colonizador que escondió y se le escondió como signo hermenéutico; que se debe a que, es una huella en el polvo; en realidad, se estaba hablando del polvo que estaba seleccionado, purificado, colado o cernido por un wechlu’um, una pisada de venado o una planta de pie humana y que eso significa en el entendimiento del castellano, en ese contexto, huella; pero por motivos racistas se tildó de “pata de animal”.

May o ma’ay nace en expresiones como “lik’ u ma’ay le lu’umo” cuando hay viento fuerte y remolinos que levanta el polvo; “jáal ja’e’ sak u ma’ay” cuando nos referimos a la arena del mar; “tin saltik le bu’ula’ utial u luk’ul u ma’ay” cuando el campesino limpia con la ayuda del viento los granos del frijol recién cosechado y descascarado; “yaan u ma’ay u ja’il le ts’ono’ota’” cuando el cenote tiene una capa protectora muy fina como un tipo de polvo blanco; “tun máaytik u saak-kabil utial u yúultik pak’” está cerniendo el polvo blanco para enmasillar la pared; In chiiche’ tun máaytik áak’sa’” cuando mi abuela está colando con una tela muy fina la masa para el atole nuevo.

May o Ma’ay es el nuevo maíz molido sin agua, convertido en polvo que se cierne para elaborar iswaj, es la esencia, lo más fino, lo más puro, por lo que al ponerlo en la boca se derrite deliciosamente como nieve de azúcar.

May es huella espiritual indeleble del abuelo y de la abuela en nuestra piel pintada por el k’ankabal que colorea el rostro de nuestra madre tierra, cual maquillaje de nuestra diosa x-Ch’eel e Ixtáab, jugando al corro con el viento del sur, en los meses de abril y mayo, tiempo de su erotismo y entrega del uno a la otra y la otra al uno.

May es la sábana blanca que cubre el virgen cuerpo de nuestras aguas guardadas por nuestros dioses en los cenotes sagrados que nos proveen el alma de nuestro balche’, vino de dioses que se han hecho abuelas y abuelos y han regresado al oxlajuntik’uj a ser los de siempre, nuestros dioses y nuestras diosas, nuestros padres y nuestras madres, nuestros hermanos y nuestras hermanas.

May es el polvo que atestigua nuestro caminar en el tiempo y en el espacio, polvo que se hermana con nuestras manos, con nuestros pies, con nuestra carne; polvo que nos enseña las veredas del venado creador de un mundo alterno a los cánones del desarrollo neoliberal; polvo que sigue sin caminar nuestro origen y nuestro principio, pero también nuestro destino.

May es la arena que contiene el (k’áak’náab) mar, en una danza erótica de abrazos, de besos, de recorridos, de caricias, de fingidos abandonos, de encuentros como destino, como fe y dios, como hombre y mujer, como mar y arena en el calendario y en nuestra geografía.

May es la esencia del hombre y la mujer maya, es lo mejor que se escurre de los filtros legales, religiosos, culturales, sociales; es la moral, es la bondad, es el óol embarazador con semillas del uts (bondad) y del jats’uts (belleza).

Mayab es hija de may o ma’ay, es ma’ayja (protección del agua) o ma’ayja’ab (esencia del tiempo, calendario purificado, la finura del calendario), toda vez que may o ma’ay es esencia y ja’ab es año, es tiempo o calendario.

Mayab es el ropaje de nuestro territorio que verdea por su montes, es el vestido que porta cada paso que damos en nuestra geografía impregnado de cenotes, lagunas y ríos; es el color de los pájaros y animales de nuestros montes altos; es la resistencia de nuestras piedras que guardan nuestra memoria; es el sonido que recorre nuestros caminos y nuestras sombras.

Mayab es tiempo, es calendario, es geografía; es calendario y geografía abrazados; es futuro y es pasado; es ciclo en el que nos crean, nos creamos y creamos a otros cual dioses del origen sin ser nosotros origen.

Mayab es tiempo y espacio; es ma’ayja’ab esencia del tiempo, ropaje de nuestros días.

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