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Nuestra Trinidad: Árboles Mayas



Por Pedro Uc


Nuestras comunidades de mujeres, niñas, niños, varones y ancianos aprendimos que en Yuum K’áax está una gran parte de la alegría, la esperanza, la historia y la salud de nuestras vidas; eso que se conoce ahora como territorio maya. Cuando necesitamos tomar un té, cuando necesitamos madera para construir nuestras casas, cuando necesitamos sembrar el maíz, cuando necesitamos comer carne de venado, cuando necesitamos agua cristalina, cuando necesitamos respirar aire puro, siempre vamos a Yuum K’áax, ahí encontramos la vida que requiere nuestra existencia para ser plena; así nuestras creencias, espiritualidad y esperanzas hallan su cabalidad comunitaria. Quizá por eso sentimos chorrear la sangre de nuestros cuerpos cuando las maquinarias de alguna empresa despedazan los árboles, nos lastima mucho cuando vemos cómo los destruyen sólo para multiplicar la riqueza de los grandes empresarios.


En Yuum K’áax encontramos también la fe, esta virtud que nace de una relación como la que aparece en un niño recién nacido al descubrir su alimento en los pechos de su madre, aprendemos a confiar en los árboles, en sus flores, en sus frutos, en el poder sanador que lleva en su corteza, en sus hojas, en sus colores, en su miel, en su aroma o en sus brazos cuando los tocamos, cuando los contemplamos, cuando los bebemos; además se convierten en los huesos de nuestra casa, en la casa de los vientos, en el color y aroma de nuestra esperanza.


Así fue que a nuestros abuelos, los nojoch wíinik, se les reveló nuestra trinidad. La primera es madre, llamada Xya’axche’, quien crece como mujer maya, con raíces profundas, con la piel gruesa y con su vestido verde que cubre su grueso cuerpo orgulloso de su embarazo en sus años de juventud, libre y bella. Es la casa de nuestra ko’olebil Xtáabay, es vientre sagrado del satunsat, mujer que teje el círculo de la vida, en donde cada hombre o mujer maya de la comunidad hace su recorrido por la luz del cielo y baja hasta lo más profundo de la oscuridad de las cuevas y los cenotes, para hacerse más fuertes después de cada ciclo maya. Xya’axche’ es un símbolo, es significante, es significado pero también es referente, no solo como árbol sino como madre, como hermana, como abuela; ella guarda la memoria, camina las veredas con el rostro de la mujer más admirada por el machismo colonizador cuando hace de su cuerpo un paradigma de belleza extranjera, pero cuando se presenta con su rostro maya de genuina rebeldía en contra del clasismo y el racismo, la tratan como una bruja, entonces la marginan, la desprecian y la maltratan, es cuando aquí en la casa maya la celebramos y hacemos con ella fiesta a Yuum K’áax.


Siipche’ es nuestro segundo árbol de donde nace nuestra espiritualidad, es la semilla del cenzontle, es la milpa de sus amigos y de su comunidad, por eso los mayas lo compartimos; los pájaros nos revelaron que las ramas del siipche’ es efectivo para curar heridas del óol, así lo escuchó y lo entendió el J Meen quien lleva siempre en sus manos y en su sabucán una rama de Siipche’ para desprender del cuerpo de las personas o animales las heridas que tienen en el óol y le hacen daño al cuerpo. Su nombre es significativo, viene de Siip que significa grandeza, trascendencia, transfiguración, viento espiritual y fuerza entre otros sinónimos, y che’ que es árbol. Su uso regular es para protección y sanación, no puede faltar en las celebraciones donde se ofrenda la cosecha o se pide la lluvia para la siembra o para buscar la salud de un terreno; es el principal elemento de trabajo del J Meen. Cuando se realizan las ofrendas o tíich’ se invocan a todos los vientos que son muchas decenas, algunos son muy fuertes que pueden impactar el óol de los niños, de las mujeres o de quienes sean muy sensibles, entonces se les protege con un collar o corona de Siipche’. Si alguna familia pierde sus animalitos de patio por el impacto de algún viento, se hace la celebración del jets’lu’um en el que el Siipche’ es el elemento más importante, si una gallina está enferma por el impacto de algún viento se le hace una limpia con el Siipche’ y recupera su salud lo mismo que las personas. El Siipche’ es creador de nuestra fe y de nuestra salud, su acompañamiento es terapéutico, cicatriza las heridas del óol para que el cuerpo recupere el buen sentir, el buen oír y el buen pensar.


El Báalche’ es nuestro tercer árbol “sagrado”, es ritual, es el vino maya, es la celebración, es la solemnidad de la alegría. Su corteza sirve para preparar el vino ceremonial de la comunidad organizada para la fiesta o para el rito, es bebida que se ofrenda a nuestros abuelos más primeros, a quienes nos dieron la vida, quienes nos nacieron, nos cuidaron, nos crecieron y quienes nos reciben de nuevo en su luz y en su oscuridad hasta recuperarnos como iik’ que es nuestra verdadera esencia. El Báalche’ significa muy probablemente “árbol que es parte de nuestra familia”, viene de báal, término que se usa para referirse a una persona de una familia ajena que se integra a nuestra familia por un lazo matrimonial, como un cuñado, por ejemplo, es decir es un pariente político. En ese sentido tiene una connotación social y política, es la unión de todas las familias que se convierten en una sola comunidad en torno al vino de Yuum K’áax. Báalche’ es tejido familiar, es árbol genealógico del pueblo maya.


Nuestra trinidad maya está conformada por una madre y dos hijos, uno de ellos vela por nuestra salud y el otro celebra la vida. Cuando los desarrollistas occidentales cotizan el precio de estos árboles en los bajos rincones pestilentes del mercado de la madera comercial y lo aplican en su estudio de impacto ambiental que inmediatamente son aprobados por la SEMARNAT no hacen menos que atentar en contra de una epistemología que por desconocerla la condenan a pasar por el cadalso, para luego exhibir sus cabezas en la picota de sus catedrales como el símbolo de su civilización. Lo que están haciendo los proyectos como el tren ofensivamente, para los mayas, llamado “maya”, es asesinar a nuestra trinidad, a nuestra madre y a nuestros dos hermanos, es decir acabar con nuestra familia, con nuestra trinidad, con nuestra comunidad.


Fotografías: Haizel de la Cruz


Artículo publicado por la Revista electrónica SinFín

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