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El maíz de piel maya


“Se le avisa al público en general que, debido a los altos costos de la materia prima, a partir de hoy el kilo de tortilla tendrá un costo de 22 pesos”. Así se anunciaba desde el altavoz de un carro de sonido, el día de hoy en mi pueblo, cuando apenas el día con cierta flojera comenzaba a levantarse entre un sereno denso y una noche que se afianzaba en las cuatro esquinas de la comunidad.

El precio de la tortilla en los últimos meses se ha elevado en medio de un ruidoso debate entre algunos pobladores en torno a los productos como la gasolina, el gas, la corriente eléctrica y ahora también la tortilla; algunos dicen que gracias al gobierno de ahora, los productos no han subido de precio porque se ha encargado de crear “servicios y productos bienestar” como los bancos y el gas; la contraparte dice que se estaba mejor con los gobiernos anteriores porque, si bien es cierto que eran descarados para robar, había más empleo, más atención médica, medicinas en los hospitales y un poco más de gente que cuidaba la tierra.

La intervención de un tercer participante en la discusión, afirmó que el problema de las alzas al precio de las tortillas es histórico, cuando Yucatán era un Estado henequenero hubo épocas en que la gente dejó de hacer milpa y escaseó el maíz, entonces los hacendados y el gobierno las vendían con altos costos. Al derrumbarse completamente la industria del henequén en 1992, muchos campesinos voltearon a ver el monte, así regresaron a hacer milpa y muchas familias, aunque no tenían dinero suficiente en efectivo, podían comer bien con todo lo que se siembra en una milpa maya como el frijol, la calabaza, el iib, el camote, el makal, el plátano, el chile, la cebolla y muchas cosas que le permiten a un campesino tener suficiente alimento, entonces el precio de la tortilla tampoco afectaba a la población.

Sin embargo, las ofertas de empleos bien pagados en los polos de desarrollo como Cancún y luego la Riviera Maya que se escuchaba en los medios de comunicación, impactó la mirada de muchos jóvenes mayas que optaron por marcharse de su comunidad para instalarse en las franjas de miseria de esos lugares, para emplearse en un espacio tan ajeno a su origen, a su color, a su lengua y, finalmente, a su propio corazón.

Para los hombres y mujeres de hace cien años, el maíz no era un tema comercial, no era un tema de producción, no era un tema periférico; el maíz era un tema de vida, no de mi vida, sino de la vida que florece como agua, como tierra, como nube, como árbol, como piedra, como viento, como lluvia, como color, como sonido, como sueño, como plumaje, como espina, como corazón y aliento; así se pensaba, así creaba el hombre y la mujer maya, esa era su fe en el maíz. Por eso cuando se escucha lo que el Popol Vuh dice sobre la creación del ser humano, el rostro de cada uno y de cada una, se convierte en alegría, en sonrisa, en plenitud.

Las principales actividades individuales, familiares y comunitarias de los mayas hasta hace algunas décadas giraban en torno al maíz, celebraciones como el ch’a’acháak, el waajilkool, el k’uub, el tíich’, el bankunaj, el nook, el jets’lu’um, el píibilnaal yéetel áak’sa’ son celebraciones del maíz, si en ese tiempo hubiera llegado el tortillero a hacer este anuncio del alza al kilo de tortilla, que además ya no es de maíz, seguro explotaban de risa, como si escucharan a un comerciante común que intenta vender una mesa a un gran carpintero. Pero este anuncio mañanero de hoy, puso de muy mal humor a muchas familias que dejaron de hacer milpa y se han conformado con la beca del bienestar, de jóvenes “destruyendo” el futuro y los que según están sembrando vida pero son los que tienen una vida sin maíz. Los rostros de estas personas se estiraron por las muecas de coraje, se acalambraron de impotencia porque el dinero que estaba destinado para el kilo de tortilla ya no alcanzó, ni el dinero ni el kilo, así que se tuvo qué redistribuir el número de tortillas que le corresponde a cada quien durante el desayuno.


En la época de nuestros abuelos, los nojoch wíinik, no sólo las celebraciones del maíz formaban parte del corazón del pueblo, sino las fiestas de la comunidad —la comida y la bebida son de maíz, los tamales y el atole como el de pepita de calabaza, o el de maíz nuevo, o las arepas, o el iswaaj, el elote asado o sancochado, en fin, la vida de la comunidad es la vida del maíz de principio a fin, las mujeres espigan durante el embarazo y los niños nacen como pequeñas mazorcas con cabellos tiernos acariciados por los vientos del sur que los llena de colores y energía—. Lamentablemente esa creencia, esas celebraciones, esas fiestas, esa identidad, recibió fuertes martillazos en la cabeza y en el corazón por la oferta del empleo industrial, los hoteles y restaurantes de las zonas turísticas que ensucian muchos platos, sábanas, pisos, cucharas, ollas y retretes, levantando muchas paredes para bloquear el acceso de los indígenas a las zonas lujosas de esparcimiento, pero, para todo esto necesitan manos indígenas y para muchos jóvenes de la comunidad maya, que su corazón renunció al maíz, decidieron instalarse ahí. Algunos ya creen que “eran” mayas porque ya se superaron enfundados en uniformes de policías, detrás de un volante con número oficial, y tienen permiso para detener y torturar a los que siguen siendo indios, sin embargo, ellos no pertenecen a las zonas hoteleras, plazas comerciales y bares de lujo.

Esta realidad que se presenta como una cuestión pasiva, no es así, la cultura maya no se pierde, la exterminan; la lengua maya no se pierde, asesinan a sus hablantes; la selva maya no se pierde, la deforestan por los megaproyectos industriales y, así, sucesivamente. Después de la deforestación y etnocidio maya que implementó el régimen de haciendas henequeneras en Yucatán, la ganadería se destacó como la actividad destructora de la selva maya, destruyeron miles de hectáreas de selva en todo el noreste de Yucatán incluyendo los manglares de la costa que llenaron con ranchos ganaderos que a día de hoy son propiedad de personas que no son de la Península y muchos otros son extranjeros.

Luego se instalaron los monocultivos de maíz híbrido y transgénico, un poco después el megaproyecto de soya también transgénica. Con estas actividades se consumaron los despojos del territorio maya que atentaron no sólo contra la selva, la flora y la fauna sino contra la cultura maya, mismos que repliegan a los jóvenes a espacios muy reducidos hasta que deciden migrar a los polos de desarrollo capitalista para sobrevivir. Así las semillas desaparecieron, las extinguieron y comenzaron a escasear, sin embargo, las comunidades indígenas del sur de Yucatán decidieron organizar una feria de la semilla después del paso de un poderoso huracán a principios de la década de los 90’s que destruyó una gran parte de la península. Esta actividad fue un gran acierto, muchos campesinos lograron recuperar semillas que en su región se habían extinguido, pero gracias al intercambio que realizaron, año tras año, lograron diversificar de nuevo la milpa maya. Lamentablemente esta actividad que lleva casi tres décadas está siendo acaparada por organizaciones intermediarias, investigadores y hasta comerciantes, constituyéndose un nuevo despojo. El punto consiste en que el maíz como cereal mesoamericano en su versión maya peninsular ha sufrido persecución, violencia, despojo y muerte, así mismo el maíz de carne y hueso que son mujeres y hombres mayas campesinos que siguen aferradas y aferrados a esta forma de vivir, de creer, de sentir, de celebrar, de festejar y de amar, sufren exactamente lo mismo, persecución, violencia, despojo y muerte. Hoy muchos peninsulares que se autoproclaman mayas, en realidad son hombres transgénicos, el Popol Vuj los llamaría de lodo y madera, creaturas del sistema político anteriores a la cuarta y sus hijos que son de la cuarta y de cuarta transformación, repiten el estribillo que les ha sido sembrado en su cerebro electrónico y de derivados de petróleo; cuando les preguntan por qué no trabajan la tierra, por qué no hacen milpa, la respuesta prefabricada es que la tierra ya no da los frutos esperados, la lluvia ya no cae regularmente y lo poco que se cosecha no alcanza para vivir. Pues ¡cómo la tierra puede dar frutos si está deforestada, fumigada con veneno, quemada, despedazada!; además los hombres y mujeres dejaron de ser de maíz y cambiaron su corazón con uno de marca Monsanto, no hacen el Ch’a’acháak, el waajilkool y otras celebraciones que tejen las formas de vida de la naturaleza con el hombre y la mujer que reconocen la vida de los Yuumtsil que nos dan el corazón de maíz.


Pero ¿qué significa creer en el maíz?, ¿cómo piensa y siente un hombre y mujer de maíz? Algunos hermanos y hermanas de una comunidad del sur de Yucatán hicieron un ejercicio, una breve reflexión hace casi tres décadas en torno a este tema; según este tsikbal: La narrativa del hombre y mujer de maíz, en lo económico, se funda en el ser y no en el tener o acumular individualmente; en lo político, busca construir un tejido comunitario; en lo espiritual, se siente parte de una familia que se apellida “Vida”, la cual florece en la naturaleza que se ve y también en la naturaleza que no se ve, como el viento o la oscuridad donde los ancestros ya habitan.

La demanda del hombre y mujer de Maíz (lo que piden, esperan o buscan) en lo económico, es organizarse para trabajar; en lo político, exige un cambio de fondo, estructural, para el beneficio de todos; en lo espiritual, casi no pide, siempre le ofrece alimento a Yuumtsil quien le da a la comunidad, buscando siempre la verdad.

Las acciones del hombre y mujer de Maíz en lo económico, en lo político y en lo espiritual son el ser creador y creadora, consistente en construir alternativas transformadoras integrales y comunitarias frente al sistema colonialista, individual y egoísta.

Las actitudes o disposición interior del hombre y mujer de Maíz, en lo económico y político, consisten en trabajar para servir, para beneficio de su familia, de la comunidad y de la humanidad (bien común); en lo político, son soñadores de un mundo diverso; en el espiritual, cumplen por honor, amor, justicia, libertad, solidaridad y servicio. Son dialogal, proponen, anuncian, denuncian, perdonan, aprenden a aprender.

Las responsabilidades o deberes del hombre y mujer de Maíz, en lo económico, consisten en promover procesos o caminos nuevos; en lo político, mandar obedeciendo; en lo espiritual, servir a la comunidad.

El compromiso del hombre y mujer de maíz, en lo económico y político, consiste en ofrecer la palabra del corazón; en lo espiritual es libre (autónomo) permanente, por la vida digna y plena para todos y todas.

La reacción frente al poder del hombre y mujer de Maíz, en lo político, busca siempre lo que hace falta para el bien común y sólo lo ejerce cuando la comunidad se lo demanda; en lo espiritual, lo vive como servicio, es voluntario (libre) y puede renunciar a él, da (respeta) su lugar a cada quien, no se somete, sabe negociar, es rebelde y fiel.



La capacidad imaginativa, previsora, propositiva del hombre y mujer de Maíz en lo económico, es permanente, va creando nuevas oportunidades laborales con los recursos con que cuenta su territorio, como los oficios y las artes en su comunidad; en lo político, es permanente, abriendo conciencia nueva; en lo espiritual, recibe la luz de Yuumtsil a través del Pueblo y la comparte en la comunidad.

La memoria histórica del hombre y mujer de Maíz, en lo económico y político, consiste en conocer bien su historia y la aprovecha para mejorar su vida comunitaria; en lo espiritual, conoce bien sus creencias y promueven su auténtica identidad y lo defiende del uso político del poder y frente a la clonación del folclor y el exotismo.

La aspiración profunda del hombre y mujer de Maíz, en lo económico, es todo para todos; en lo político es el bien común, es decir, una sociedad nueva donde todos tengan una vida digna y plena; en lo espiritual, el disfrute del territorio y la territorialización la vida.

Ante esta reflexión nos damos cuenta que perder el maíz, o más bien, permitir que nos arrebaten el maíz es igual a perder o permitir que nos arrebaten el pensamiento, es perder el corazón, es perder la identidad frente a los hombres de lodo y madera que se han convertido en instrumentos de uso político para promover los megaproyectos que se apropian del territorio maya para destruirlo con sus proyectos que contaminan el agua, el aire y asesinan nuestro territorio porque procuran grandes intereses de poder económico y político. Pero los hombres y mujeres de Maíz procuramos la vida, la salud de nuestro territorio y la nuestra para que nuestros hijos tengan la oportunidad de espigar, para que sus cabellos tiernos jueguen con el viento, con la luz del sol y con la llovizna en los siguientes milenios.


Fotografías: Haizel de la Cruz





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