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El canto del chich k’axej, lucha y conservación del territorio maya



El canto del chich k’axej, lucha y conservación del territorio maya



Pedro Uc Be

(Yucatán)


Hasta hace algunos años no conocíamos la palabra “desarrollo” en las comunidades mayas de la Península de Yucatán, el español que hablamos no alcanza la altura de este término que en los círculos universitarios, académicos, políticos y empresariales es común porque se estudia, se usa como discurso oficial y se implementa como proyecto privatizador en geografías de comunidades que viven y trabajan en tierras de uso común regularmente ricas en “recursos naturales”. Las comunidades, en su mayoría son mayahablantes, los niños, las mujeres y los varones, regularmente trabajan en la milpa, construyen y reconstruyen pensamientos con base a los conocimientos naturalmente necesarios para convivir en armonía con el entorno desde una plataforma cultural tejida por quienes dieron origen a la identidad maya Peninsular que marca importantes diferencias con occidente sobre la concepción en la forma de vida conveniente, en este caso, la comunitaria y en armonía con el entorno. Vivir así trae como resultado la salud del cuerpo entero de la vida, no de las personas solamente sino de todo lo que está ahí con quien se hace contacto para el mismo fin, una existencia saludable.

Es por eso que no se tiene o por lo menos no se maneja la noción de desarrollo en las comunidades, no solo porque está ausente en la lengua, sino porque no está presente en la forma maya de pensar la vida o más bien el tipo de vida que se conoce, que se acepta como la ideal, la que está fundada en la salud, en la comunidad, en la alimentación sana, en el descanso, en la conversación, en la creación apoyada en los entes como el iik’ (viento), cháak (lluvia), k’áax (monte), en donde nadie es un creador solitario sino cocreador entre pájaros, animales, sonidos, silencios, sueños, colores, luces y sombras. Cuando empezó a llegar esta palabra en las comunidades y tratamos de entenderla por la definición que ofrece la Real Academia Española (RAE) como “acción y efecto de desarrollar o desarrollarse”, se nos hizo no solamente muy raro sino incomprensible frente a lo que afirman quienes vienen a proponernos desarrollar nuestras poblaciones. Hoy en día, después de muchos años ya de escucharla, no estamos seguros de entenderla por la diferencia en el idioma, pero aún más por la cuestión cultural. En esos primeros encuentros con este extraño término, como son también sus promotores, quisimos asumir como un déficit cultural de nuestra parte la comprensión de esta palabra como ha sucedido a lo largo de los quinientos años que llevamos bajo la sábana de la civilización y evangelización occidental, sin embargo, pronto nos dimos cuenta de los primeros actos que se implementan bajo la consigna de este concepto.



La Soya… transgénica

Los campesinos mayas tienen una claridad indiscutible sobre los actos destructivos, por ejemplo, solo tumban el monte necesario para la cantidad de milpa que les permite producir la alimentación necesaria para uno o dos años, pueden ser una o dos hectáreas por cabeza de familia, es un área que se cultiva por lo menos en tres años consecutivos, si alguien tumba hasta diez hectáreas, se considera una destrucción del monte, lo que en español se entiende como deforestación y va en contra de las creencias en torno a la salud no solo del monte sino de todo lo que está presente en esa geografía que hoy llamamos territorio. Por eso cuando llegó eso que conocemos ahora como megaproyecto del monocultivo de soya transgénica en las fértiles tierras de Campeche y Quinta Roo, vimos cómo rodaban las maquinarias desconocidas para nuestros ojos en esos tiempos. Eran auténticos monstruos de metal que acometían en contra de nuestra madre ceiba embarazada, preparándose para liberar sus frutos en el aire que empezaba a soplar para polinizar el territorio y así criar a sus nuevos hijos. Frente a las maquinarias de metal, ellos fueron abortados con dolorosos desgarros por abajo y por arriba.

El ts’íits’ilche’[1] que lleva millones de flores amarillas llenas de miel, ofrece el desayuno de cada mañana a la diversidad de abejas que llegan a la fiesta a tomar el vino sagrado de Yuum K’áax[2] preparado durante la noche. Desde muy temprano todos los insectos llegan a la celebración del Ch’a’akaab[3]; cada árbol sirve con sus propias manos la miel para la libación de la ko’olebilkaab[4] que sale de su jobon,[5] cuando el sol ha empezado su mejor faena. A pesar de esta imagen, las maquinarias de metal no tuvieron piedad, no se les erizó la piel, ni les dolió el corazón. No tuvieron remordimiento y menos arrepentimiento cuando sembraron sus garras debajo de la tierra para arrancar cada uno de estos árboles con sus jícaras llenas de vino, con sus hijos amamantándolos en sus brazos, con los millones de insectos que miraron con lágrimas en los ojos el derribo del banquete. Para las flores era la irrupción del crimen organizado, el tableteo de sus ametralladoras John Deer derribando los cuerpos inocentes, apilándolos, aplastándolos, moliéndolos y desnudando la tierra para ejecutar sobre ella la primera violación en nombre de la ley; elaborada por los diputados y diputadas del Partido Acción Nacional (PAN), del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA); amparada por la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT).

Ante el poderoso y estridente ruido de las garras de metal, el ch’eel [6] y el pich’ (tordo) organizaron la defensa como acostumbran a hacerlo frente a cualquier riesgo que se aproxima en su territorio: empezaron a llamar a las otras aves dando voces de alerta, revoloteando la zona de peligro, golpeando con las alas lo que haya en su camino para acrecentar la alarma. Aunque lograron concentrar una gran multitud en la protesta que concluyó con un gran mitin, no lograron su objetivo. Los monstruos de metal guiados por unos seres altos de piel blanca y abundantes barbas enfundados en unos overoles y camisas de manga a cuadros, parecían disfrutar, como un buen baile, la destrucción del hábitat de las aves. El presidente de la Republica se negó a recibirlas acusándolas de fifís, de conservadoras, de extrema derecha y de joder su cuarta transformación: Sobre todo señaló que no puede poner en riesgo la investidura presidencial ante este tipo de personajes, que mienten al afirmar que son víctimas de secuestro y destrucción de sus familiares, ante los datos que él guarda.

El sigiloso jaguar encabezó al resto de la comunidad: armadillos, ardillas, tortugas, monos, jabalíes, tepezcuintles, osos hormigueros, cereques y todo ser no alado para emprender el paso. Era necesario replegarse porque las primeras dos mil hectáreas ya estaban brechadas para la siembra de una planta extraña para la región, lo que hoy conocemos como soya y que en otros lugares le dicen soja. Se ha concretado el primer despojo, el primer arrebato después de muchos años de relativa calma. El viento dejó de soplar un tiempo, el sol, a pesar de su enorme brillo, parecía lloroso; la lluvia se convirtió en hilos gruesos de nubes que viajaban con rumbo desconocido y la mujer preparaba sus pies para emprender la migración en busca de una Riviera que escuchó se llamaba maya. Esperaba encontrar una comunidad como esa que le acababan de destruir a causa del desarrollo. La tortura a la tierra no termina en este episodio, más bien apenas empieza. Se peina la piel desnuda en busca de xúuchubo’ob o bocas de cuevas naturales que se beben el agua en época de inundaciones; buscan también aguadas y cenotes, todos para tapar o cancelar; para que se despliegue la soya sobre ella que se prepara también para ser sembrada por grandes maquinarias que terminarán de aplastar a algunas tuzas o tortugas sobrevivientes del primer segmento destructivo. Una vez terminada de emparejar se procede a la siembra de la soya. Después nos enteramos de que son “transgénicas”, palabra muy extraña para nosotros, no solo palabra sino concepto. Después nos lo explicaron de mil maneras y pudimos acercarnos un poco a su significado. Y nos sorprendió mucho porque ese tipo de actividades que modifican el óol[7] de un ser vivo es reprobable, porque cambia el óol de un hermano, de una madre o de un abuelo.

Sobre ese terreno se instala una estructura que llaman sistemas de riego y a través de la perforación de la tierra hacen muchos pozos profundos para extraer una cantidad de agua que nunca imaginamos. Las venas de la tierra han sufrido muchas formas de tortura, pero así va creándose un “paisaje” nunca visto en nuestro territorio. Donde los pájaros cantaban ahora hay un ruidoso silencio. Donde el venado escribía su historia en las planas rojas de la tierra, ahora está cubierta de hojas verdes blancuzcas. Donde las sombras del zapote consentían a los tepezcuintles con los dulces frutos del árbol del chicle, ahora soportan una plancha de luz solar que penetra hasta debajo de las plantas de soya. Las aguadas o bajos, como se les conoce en la zona de Quinta Roo, adornados por una cantidad de coloridos tulix (libélulas), ahora están enterrados; sobre su tumba baldía sobrevuelan unas avionetas fumigando toda el área del monocultivo de soya. La sustancia (supimos luego se llamaba “glifosato”, otra palabra extraña para nosotros, muy difícil de entender y más de traducir para la comunidad) es la que se derramaba sobre este monocultivo. Pronto nos dimos cuenta de su letalidad: nuestras abejas cayeron muertas por millones impactadas por este líquido; marchitó no solo las flores sino una gran cantidad de plantas que alimentan a muchos animales del monte y a una cantidad no cuantificada de insectos polinizadores.

Así comenzamos a entender que nuestra vida estaba seriamente amenazada. Aquella creencia que tenemos —la salud fundada en la de nuestro entorno— estaba en grave riesgo, casi todo cae abatido por esta práctica que algunos extraños llaman “desarrollo”. Así fue como entramos en una necesidad de intenso diálogo entre las mismas comunidades, empujados por esta extraña manera de tratar la tierra. Descubrimos que también la comunidad estaba lastimada, algunos hombres y mujeres aceptaron como verdad el discurso que diseminan los promotores del desarrollo: que la comunidad contará con hospitales, mejores escuelas, red eléctrica, agua potable, empleos bien pagados, carreteras adecuadas para sacar las cosechas de las milpas, un programa de vivienda moderna, tiendas de autoservicio, etc. Otras mujeres y hombres se mostraron escépticos ante este discurso, se preguntaban dónde había sucedido algo así. Lo cierto es que la división es la semilla favorita del desarrollo; estaba ya sembrada en la comunidad; empezó a crecer hasta que dio frutos en la comunidad: un grupo mayoritario se dispuso a recibir las migajas de la comida que cae de la mesa del ts’uul,[8] el representante de la empresa que algunas veces llegaba a la comunidad con algunas pelotas desechables para obsequiar a los hijos de las familias que han logrado poner de su lado; algunas cubetas de pintura para colorear la escuelita donde no hay luz eléctrica, ni agua entubada, ni baños; colabora con algunos pesos para la celebración de cumpleaños de alguno de sus aliados; hace una cochinita algún domingo para la mayoría de sus partidarios y demuestra a sus críticos la bondad del proyecto que representa.

Los que nos abrazamos de la palabra antigua, la palabra maya de las abuelas y abuelos que llevamos en el corazón, cantamos en forma de estribillo “la tierra maya no se vende ni se renta”. En medio de la oscuridad que representa para cada una de nosotras y nosotros el saber occidental, oficial, legal y cultural, decidimos convertirnos en una comunidad de luciérnagas para que con la pequeña luz de cada quien se pueda hacer una luz suficiente, encontrar el rumbo y caminar juntos. Si se logra mantener el óol comunitario, seguro se podrá hasta volar para provocar una nueva luz que sea la de un nuevo amanecer donde la comunidad en su totalidad se libere del encanto, del embrujo que la empresa despojadora ha dejado caer en forma de monedas sobre los hombres que llevan una piel maya pero que han perdido la palabra, el corazón, el pensamiento, el sueño y, sobre todo, la dignidad. El canto, la conversación, la producción y consumo comunitario de los alimentos, la comunicación en lengua originaria, la celebración de los ritos agrícolas, el uso de la medicina maya, la firme creencia en la salud propia como consecuencia de la salud del territorio fue la energía para organizar una defensa. Tomados de las manos con las niñas, los niños, los jóvenes, las mujeres, los más ancianos y todos los que conservamos el canto en lengua maya del pájaro xtakaay[9] (que nos dice tres veces al día “¡chich k’axej!”[10]) reafirmamos, aseguramos nuestros pasos, nuestras estrategias, nuestra batalla para la conservación del territorio.

Así fue como decidimos buscar la información que necesitábamos; los primeros intentos fueron parte de una etapa de aprendizaje rudo, sin pedagogía, sin didáctica, sin Paulo Freire. Descubrimos que eso no era necesariamente lo que necesitábamos. Nos reorganizamos de acuerdo con las posibilidades y campos que domina cada quien para, por medio de talleres, juntar lo recogido. Encontramos algunos aliados no indígenas que honraron su palabra y este hecho nos confirmó que nadie más podría hacer una defensa efectiva del territorio si no somos nosotros mismos. Ellos pueden ayudar pero no encabezar la lucha; cualquiera que venga a ofrecer su liderazgo es falso, es infiltrado, es parte de la estrategia de la empresa y del estado. Somos nosotros mismos los que iríamos a hablar con los jueces, llevaríamos documentos a las distintas instancias, haríamos la redacción de los amparos, nos juntaríamos en talleres por lo menos una vez por quincena para rearmar estrategias, fortalecerlas o cambiarlas si fuera necesario.

Cuando abrimos el libro de la realidad para estudiar la soya, nos encontramos con una gran cantidad de nombres muy raros como muchos otros que habíamos empezado a conocer. La lista la encabeza Monsanto. Pensamos que era una agrupación religiosa o de caridad porque dice que es santo; nos sorprendimos cuando buscamos en ese diccionario que se conoce como Wikipedia la historia de este ente con nombre casi divino. Vimos cómo había fundado un espacio para crear diferentes tipos de veneno usados (hasta en las guerras) no solo para matar plantas sino para modificar la genética de otras. Además, es una empresa no solo poderosa sino mundial que en los últimos años se fusionó con otra que se llama Bayer, al parecer alemana, y que se vincula con las medicinas. Nos extrañó más aún. Detrás de esta gran empresa aparecen otras que hacen lo mismo, es decir, producen líquidos químicos para la fumigación de grandes monocultivos de soya que contienen eso que llaman “glifosato”. Aprendimos a reconocer términos como Syngenta (antes Novartis), DuPont, Pioneer, con productos enlatados y nombres comerciales que se venden a cualquier persona incluyendo menores de edad. También descubrimos que esta empresa tiene empleados de calidad, muy competentes; así nos dimos cuenta del objetivo de esa corriente de educación que llaman por competencia. Tiene socios muy importantes en el ámbito político, cómplices en las Secretarías de Estado y, sobre todo, una gran influencia en los tres poderes del Estado.

Sin embargo, nuestros estudios comunitarios, facilitados por el abogado solidario y honesto (en forma de talleres para la elaboración de los amparos) nos hicieron encontrar algunas grietas en las leyes. Nos dijeron que son burguesas y neoliberales, términos que apenas empezamos a escuchar y a tratar de entender. Para nosotros ese mundo es tan extraño debido a que nunca entablamos una lucha legal de esta magnitud; nuestros problemas comunitarios por lo general los resolvemos en la misma comunidad o, cuanto mucho, en la cabecera municipal donde tampoco se hablan palabras tan extrañas y de mucho contenido. Nos explicaron, luego, que tiene que ver con temas de historia, de filosofía y de otras ramas de la ciencia. La determinación de luchar por conservar la salud de nuestro territorio nos llevó a un camino muy largo que hasta el día de hoy transitamos con mucha impotencia, con dolor, con grandes pérdidas y derrotas pero con mucha esperanza porque la fuerza comenzó a llegar por donde no la esperábamos. No sabíamos que era posible encontrar a otros y otras en diferentes geografías que enfrentaban desde muchos años atrás este tipo de despojo por los temas de la minería, de la tala inmoderada de árboles y por la contaminación de sus ríos.

El Acuerdo por la Sustentabilidad de la Península de Yucatán (ASPY) fue firmado por los tres gobernadores de la Península en el marco de la Conferencia de las Partes (COP) 13 en Cancún Quinta Roo. Lo supimos cuando estábamos en plena batalla por defender nuestro territorio de la deforestación que ejecutaba Monsanto en el poniente del municipio de Bacalar. Sin pensarlo mucho, decidimos amparar la Península de este plan que viene envuelto en una cajita de regalo con papel especial y hasta aromatizado. Sabíamos que al abrirlo estaría lleno de restos de comida industrial con varios días en perfecta descomposición; que corrompería todo el espacio que formamos para la defensa de nuestra tierra y territorio. Los únicos instrumentos legales internacionales que conocíamos y estudiábamos eran el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT); por eso cuando supimos que este acuerdo del despojo, como le llamamos luego, estaba firmado en el marco de la COP 13 sobre medio ambiente y cambio climático nos sorprendió mucho. No sabíamos que en organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se cocinaban este tipo de deshechos para envenenar a los pueblos originarios.

Fue una batalla interesante que ganamos. Victoria lograda con mucho esfuerzo, firmeza, unidad y una excelente asesoría legal. Esto despertó la palabra en forma de preguntas de muchas comunidades que estaban siendo acosadas por varios coyotes que rondaban sus ejidos ofreciendo contratos de usufructo para llevar a cabo proyectos de desarrollo. Nuestro trabajo comunitario requería una estrategia regional o por lo menos peninsular. Nos dimos a la tarea de informarnos mejor de este fenómeno que parecía no tener fin: al revés, crecía mucho más en decenas de núcleos ejidales.

A la llegada de este gobierno que se autonombra de cuarta… transformación, presumiendo en sus discursos populistas que es de izquierda y declarando la muerte del neoliberalismo en México, pensamos en un momento que nuestra lucha entraría en un agradable sosiego y nuestro territorio estaría mejor protegido. Muchos de quienes nos acompañaron a dar buenas batallas en la defensa de nuestro territorio se convirtieron en funcionarios públicos, aunque de tercera línea. Renunciaron a la solidaridad con las comunidades, dejaron sus asambleas comunitarias o sus organizaciones no gubernamentales y se hicieron gobierno. La sorpresa de mal gusto llegó sin aviso y como un primer golpe por la espalda. Supimos que el personaje que creó la Ley Monsanto que nos apachurra ha sido nombrado en el nuevo gabinete presidencial como Secretario de Agricultura. Supimos también que el jefe de la oficina presidencial es uno de los personajes que encabeza una gran empresa de monocultivo de soya en Yucatán y que ha tapado los cenotes que encontró en el área de su cultivo. La tristeza todavía sigue pegada en la cara de nuestros niños, de nuestras niñas, de las mujeres y hombres que en algún momento tuvimos una leve esperanza. Los campos de soya siguen creciendo en nuestro territorio, las abejas siguen siendo abatidas por la fumigación de esos campos, el agua de nuestros cenotes fue clausurada. Se perforaron pozos profundos para extraer millones de litros de agua para el riego; hoy, nuestros hijos toman glifosato al poner el pezón de su madre entre sus labios para alimentarse.



El cerdo… de granja

Las comunidades mayas de la Península de Yucatán acostumbraban criar cerdos, esos que llaman pelones. Cada familia tiene uno o hasta tres credos grandes que regularmente se crían para alguna celebración familiar, para tener un ahorro de dinerito en caso de alguna emergencia de salud principalmente o para obtener un dinero para unos gastos extras durante los días de la fiesta grande del pueblo. Los animalitos andan en el patio libremente comiendo yerbas, maíz, resto de comida y cuando es la recta final de la engorda se le da mucho pozole con calabaza. No se conocían esos que les llamaron aquí “americanos”; comenzaron a llegar cuando el comercio comenzó a intensificarse en la región. La primera sorpresa fue que ese tipo de cerdo requería casa limpia todos los días y comida especial industrializada. La propaganda dice que son mejores porque en poco tiempo crecen y están con muy poca grasa y mucha carne; así fue como muchas familias mayas dejaron de criar cerdos pelones porque no pudieron sostenerse frente la competencia de quienes tenían mayor recurso para criar cerdos con otros objetivos. La intención ya no era el ahorrito, sino un negocio, una empresa que exige trabajo diario y dedicación.

Así llegaron poderosos empresarios que crearon grandes proyectos, hoy conocidos como “granjas porcícolas”. No entendíamos por qué escogían ciertos espacios para la construcción de las granjas. Nos dimos cuenta de que estas empresas, con sus especialistas “ambientalistas” graduados de universidades prestigiadas (biólogos principalmente), habían ubicado los mejores espacios para la construcción de las mega granjas; ellas pueden albergar entre cincuenta mil y doscientos mil cerdos. La estrategia es construirlas lejos de la ciudad de Mérida, capital del Estado de Yucatán, donde viven las familias empresariales y cerca de las comunidades mayas; levantarlas en un lugar contiguo a un cenote y cercano a una carretera para la facilidad del acceso a vehículos grandes para el transporte. Esta “excelente” estrategia es muy favorable para el empresario que presume de ser el salvador de familias pobres de las comunidades sin empleo, ya que a partir de la construcción de la granja varias familias son empleadas para su limpieza y atención; son empleos sin contratos, sin seguro social, sin las prestaciones de ley, en síntesis, sin derechos. El cenote es uno de los factores relevantes: se dispone de grandes cantidades de agua necesaria para limpiar y para la bebida de por lo menos cien mil cerdos en una sola granja. Pero el cenote no es solo para eso; está destinado también para canalizar todo el excremento de los cerdos de tal manera que se convierta en un sumidero y, el agua, en un caldo de excremento de cerdos.

Las ocasiones en que los desechos se tiran sobre la tierra generan que todas las plantas se mueran por la cantidad de agua y humedad y, sobre todo, por los elementos químicos suministrados a los cerdos. En fin, los daños al agua de los cenotes no quedan en uno solo. La identidad maya es biocumunitaria, no se siente viva si su entorno está muerto; la muerte para la creencia maya no llega cuando se toma el último suspiro sino cuando la vida adquiere una nueva forma. Es por eso que los cerdos pelones que las comunidades mayas crían los tienen libres como debe ser la vida; todos tienen derecho a existir con vida, alimentándose bien en libertad, descansando bien en libertad, transitando los senderos y veredas en libertad, amando en libertad y rebelándose en libertad por la libertad. Así se cría a todos los animales. Son sujetos que se levantan temprano para buscar su alimento en el patio, en las veredas, en el monte y para desayunar, para recibir lo que se comparte familiarmente como la tortilla, la calabaza, el frijol, el pozole y el agua. Cuando se construyeron los megaproyectos de granjas porcícolas en las comunidades, fue un golpe en el óol para mujeres y hombres que vieron cómo se trata a los animales que nacen, crecen, se engordan y matan en esclavitud. Hay entre ellos y sus criadores una ausencia total; no hay una relación de vida sino de actividades sin ninguna pizca de diálogo como se acostumbra entre los mayas y sus aalak’ (animales domésticos). Con ellos, la comunidad platica, canta, baila, bromea y hasta se acaricia sin que sea mascota. Son seres vivos considerados semejantes a nosotros como humanos por nacer como nacemos, comunicarse entre sí como nos comunicamos, reproducirse como nos reproducimos y morir como también morimos.

No así los cerdos pelones que se crían en libertad entre las familias mayas; son rebeldes, no consienten su muerte, luchan, se defienden y gritan consignas hasta el último momento de su aliento. Su libertad se refleja en la carne saludable, en la grasa sin manchas químicas y en la piel envidiable; las familias que consumen este alimento no se enferman de diabetes, de colesterol, de hipertensión y otras enfermedades ya muy comunes en la Península de Yucatán. Las padecen las personas que consumen las carnes industrializadas fabricadas en las granjas porcícolas que son inyectadas con una cantidad importante de químicos. Estos se deslizan en los cenotes sobre los cuales están construidas gigantescas naves como los penales de alta seguridad donde purgan condena muchos hombres indígenas sentenciados a diez años de prisión.

Los retoños de la resistencia maya, los hombres y mujeres de maíz, los que respetan como padre y madre más primeros a Yuum K’áax, a Yuum iik’[11], a Yuum Cháak[12] se atrincheran junto con los otros seres guardianes del Xi’iba’alba[13] (como el Alux[14], la X Táabay[15] y demás Wáay[16]) para proteger la salud del territorio. Buscan con determinación todas las formas posibles de cuidar la salud de los árboles, el color de las flores, la pureza del agua, la voz de los pájaros, la celebración del venado, el alimento del tepezcuintle, la vereda de la tortuga y la fertilidad de la tierra entre muchas formas de vida presentes dentro de esta casa que llamamos territorio. Así fue como pensamos en exigir el derecho que al parecer dicen las leyes del Estado que tenemos los pueblos indígenas; pero la mayoría de los que vivimos en nuestras comunidades desconocemos eso que llaman “procedimientos legales”, porque en la comunidad esas cosas son extrañas. Fue así como se pensó en buscar aliados externos organizados en favor de la defensa de los Derechos Humanos para emprender esta dolorosa batalla.

Se conocen relativamente bien a nivel local y nacional los casos de defensa legal del municipio de Homún y otros municipios del poniente de Yucatán acompañados por el “Equipo Indignación A.C. Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”. Es una organización de la sociedad civil que ha estado cerca de muchas comunidades para acompañarlas jurídicamente en la defensa de sus derechos como pueblos mayas. En el caso de los proyectos de granjas porcícolas es bien sabido que han empeñado su compromiso en un acompañamiento singular en la defensa de comunidades afectadas por estos grandes negocios. Sin embargo, lo que hemos encontrado en este proceso de lucha es que no hay tres actores en este estadio de fútbol (dos contendientes y un árbitro); quizá formalmente sí lo están, pero el partido en cuestión está negociado, acordado. El árbitro y una de las partes ya saben que van a ganar, o por lo menos ya saben que el tercero no es tercero, es decir no es independiente. Nos enfrentamos, entonces, a un adversario en un bloque; se aparenta que hay un juez, hay leyes establecidas para lo justo y hay condiciones de equidad para la confrontación, pero no, no es así.

El primer obstáculo que encontramos es un documento que no entendemos, primero porque no se escribe en nuestro idioma maya; luego tampoco lo entiende la gente que habla un castellano regular, debido a que es un lenguaje técnico de biólogos y especialistas. Por ejemplo, algunas mujeres de la comunidad maya cuando escuchan la palabra “masa” piensan y creen que se refiere al nixtamal ya molido para hacer tortillas; y la “biomasa” creen que es por el color que tiene la masa de maíz, así que tuvimos que buscar a algunos amigos estudiosos de estos temas para que nos lo expliquen. Encontrar estos aliados es otra dificultad porque la academia tampoco está al servicio de los pueblos sino al servicio principalmente de las empresas. Grande fue nuestra sorpresa cuando escuchamos la justificación que valida el proyecto y la manera como se calcula: suponiendo que el área impactada en sus árboles, en sus aguas o en sus animales tiene un valor aproximado de mil pesos, pero el proyecto va a invertir diez millones de pesos en ese lugar, entonces está justificada legalmente la construcción de dicho proyecto que pone en riesgo el agua y el viento.

En el centro de las comunidades mayas siempre hay un árbol grande de piich[17] o xya’axche’ (ceiba); debajo duermen trozos de madera o ciertas rocas que invitan a los hombres, mujeres y niños a descansar bajo esa sombra que guardan; los domingos de cada semana o las tardes de cada día, los hombres y mujeres se dan cita en ese lugar para celebrar la palabra, la palabra maya, la palabra antigua, esa que llega de la memoria. La traen regularmente Yuum iik’, Yuum Cháak y Yuum K’áax quienes se suman en ese tsikbal (conversación) muy libre y muy propio de las comunidades. Ahí circulan algunas de estas preguntas ¿por qué será que estas personas de ciudad y de universidad creen que los cerdos de granja valen más que nuestra comunidad? ¿por qué destruyen el agua de nuestros cenotes para acumular muchos billetes que no van a llevar a la tumba? ¿por qué algunos o muchos de nosotros hemos perdido nuestro corazón de maíz y permitimos que se apoderen de nuestro territorio?



Las aspas y celdas… de los parques

La palabra “parque” la conocíamos, así le llamamos al centro de los municipios donde están instaladas unas sillas de metal o de madera con algunos árboles o jardines que lo adornan. En frente luce el palacio municipal y por el otro lado está el templo de la iglesia católica; luego hay por lo general algunas casas coloniales que terminan cerrando el círculo en el que se encuentra. Nunca nos imaginamos que también llamen “parque” a la deforestación de quinientas hectáreas de selva para instalar unos objetos como espejos que más tarde supimos que se llaman celdas solares y otro tipo de parque en el que igual se deforesta la misma cantidad de selva para sembrar unos postes gigantes que miden hasta cien metros de altura y que sostienen unas aspas de hasta sesenta metros de largo. Los promotores de este proyecto que también es mega, llegan a la comunidad con el manual del despojo en la mano y presentan una oferta que consiste en un paquete de beneficios sociales y económicos para la comunidad. Sin embargo, usan las firmas de los ejidatarios como sustento de un contrato de usufructo por la cantidad de hectáreas de tierra que desean, afirmando que se ha celebrado una asamblea en la que se acordó entre las partes el uso del suelo para un proyecto de parque solar o parque eólico en la que se va a generar energía eléctrica renovable por un período de treinta años con la posibilidad de prorrogar este tiempo hasta por dos veces más sin la necesidad del consentimiento del núcleo ejidal, basta con que la empresa lo considere necesario. La propaganda fundamental de la empresa (que embruja a todos) es la construcción de un proyecto favorable al medio ambiente; y que según cuenta, contribuye al control del cambio climático porque produce energía limpia y ayudará al mundo para que baje la contaminación por uso de carbón; por lo tanto, los pueblos mayas que faciliten su territorio para la construcción del proyecto serán los héroes climáticos del futuro porque dieron su tierra (que es lo mejor que tienen) como cultura para conservar la salud del medio ambiente.

Los pueblos mayas se han caracterizado por ser una cultura de mucha ciencia principalmente en el período clásico. Estos héroes climáticos, también estarán cobrando una cantidad de dinero semestral (una especie de jubilación por el resto de su vida) por concepto de un usufructo de un polígono de tierra ociosa donde abundan únicamente árboles, bejucos, yerbas, piedras, manglares, pájaros, animales salvajes, cenotes, aguadas, cuevas, caminos antiguos, entre otras cosas, que no tienen ningún valor especial. La construcción del proyecto será no solo una contribución noble al mundo sino un paisaje atractivo para quienes visiten la población marginal que tendrá un nuevo rostro, mucho más atractivo para las nuevas generaciones.

Sin embargo, hay algunos que no han perdido el color de su piel, el óol de su pensamiento, el muuk’ (fuerza) de su palabra, y el k’ajlay (memoria) de sus abuelas y abuelos; ponen en duda esta oferta empresarial, se resisten a creer inmediatamente y piden tiempo a la asamblea ejidal para discutir el tema. Toda vez que, para ellos es un fenómeno no solo nuevo sino extraño, lanzan preguntas como por ejemplo ¿de dónde vienen estas personas? ¿de dónde sacan tanto dinero? ¿qué tan limpia es la energía que nos ofrecen si empiezan deforestando nuestra selva? ¿de qué está hecho el material de esos objetos que giran como ventiladores o se tienden como espejos? ¿cuánto tiempo de utilidad tienen?, cuando se descomponga ¿dónde pondrán la basura o sus deshechos? ¿por qué dicen que nuestra tierra es ociosa si la cantidad de flores que tiene nos hace cosechar mucha miel? ¿van a deforestar la selva? ¿de dónde sacaremos leña, las maderas y bejucos para amarrar nuestras casas? ¿qué va sentir Yuum K’áax cuando cambien sus árboles de ya’axnik[18] y kóopo’[19] por unos enormes postes de metal? ¿cómo se sentirá Xki’ichpan Lu’um[20] si le tapan la cara para dejar de mirar la luz del sol con unos espejos? ¿de verdad seguiremos trabajando en la tierra que van a ocupar para este proyecto, si la van a cercar? ¿estas promesas que nos han hecho, según para nuestro beneficio, están incluidos en el contrato de usufruto? ¿vamos a vivir noventa años más para recuperar nuestra tierra? ¿qué va a pasar si vemos que la empresa está maltratando nuestra tierra y la queremos recuperar o romper el contrato con ellos? ¿vamos a darle al ts’uul nuestra tierra por unos refrigerios para los cumpleaños?

¿Si deforestan nuestra tierra, dónde vamos a hacer milpa? ¿si no hacemos milpa, de dónde obtendremos maíz, calabaza, frijol y todo lo demás que sembramos? ¿si dejamos de hacer milpa, cómo podremos celebrar nuestros ritos agrícolas como el Ch’a’acháak[21] o el Bankunaj[22]? ¿haremos rito de agradecimiento para ofrendar a la fábrica de tortillas de metal que están instalados en el centro de los municipios? ¿de cuál escuela y hospital habla la empresa que va a pintar si en este pueblo no existe más que una abandonada casa del Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE)? ¿qué hospital va a pintar si aquí solo existe la palabra hospital que aún sigue siendo un tanto extraña hasta la propia palabra? ¿qué le vamos a dejar a nuestros hijos como herencia de vida? ¿un juguete de plástico que se rompe al momento de desembolsarlo? ¿si la empresa no cumple con crear los empleos que ha prometido, dónde vamos a trabajar? ¿nos iremos a Cancún para ser narcomenudistas? ¿podremos seguir hablando ahí nuestra lengua con los extranjeros a quienes les lavaremos el plato y sus retretes? ¿qué cuentas le vamos a dar a Yuum Cháak, a Yuum iik’ y a Yuum k’aax? ¿Fuimos capaces de entregarlos para ser mutilados, enmudecidos y asesinados por el conquistador? ¿llorará nuestra madre lluvia? ¿qué palabra nos dejará oír la luna cada vez que espiga? ¿qué pretexto le vamos a contar por lo que hemos hecho con nuestro territorio? ¿se alegrará de que la invitemos al refrigerio de la empresa? ¿la convenceremos de la ociosidad de la tierra? ¿cómo le explicaremos a nuestros nietos el color de las flores del ts’íits’ilche’ que llena de miel nuestro camino? ¿cómo les contamos la danza de la venada en las épocas de apareamiento? ¿podremos imitar las alertas de la Xko’áak’ab[23]? ¿podremos dejar un momento para revisar si nuestro corazón sigue siendo de maíz? ¿podremos guardar esta semilla de Xnuknal[24] para el próximo año?

Pronto el dolor que se genera con los enconos, con las palabras cruzadas, con las miradas de fuego y con la sangre que corre apurada en las venas de las partes en la que se ha dividido la asamblea ejidal, comienza a empañar el pensamiento y el corazón de la mayoría de los ejidatarios; se traduce en el primer impacto negativo que llaman social: es ya una división, un conflicto comunitario entre quienes aceptaron inmediatamente la propuesta de la empresa y los que exigían más tiempo para informarse, asesorarse, discutirse y tomar una decisión colectiva o comunitaria toda vez que la tierra y el territorio no le pertenece solamente a los ejidatarios sino a la comunidad entera; es también de las niñas y niños, es también de cada poblador y pobladora que vive en la comunidad aunque no sea titular de un derecho ejidal formalmente. Sin embargo, es parte de la comunidad y tiene derecho a decidir junto a los demás y a vivir en un medio ambiente sano; también los animales, los pájaros y todo lo que forma parte del territorio es una forma de vida que debe ser respetada y nadie tiene derecho a violentarlos y menos cobrar unos pesos por sus vidas.

Los pagos de la renta del polígono que ocupa el parque debidamente cercado llevan semanas de atraso sin una explicación de parte del representante de la empresa que ya no se le ve como antes en la comunidad caminando en las calles y visitando las familias casa por casa. Al parecer la empresa constructora a subusufructuado el parque y la nueva empresa propietaria no quiere reconocer el pago de la renta, alegando que no tiene ningún contrato firmado con el núcleo ejidal y la adquisición del parque la hizo con una empresa constructora que en todo caso sería la responsable de arreglar esos temas de las que ella es completamente ajena según ha hecho saber a la mesa directiva del comisariado ejidal. El polígono donde ahora brillan los espejos por kilómetros deslumbra con sus destellos la mirada de la comunidad principalmente en las mañanas y en las tardes; el pueblo se ve entre violentos rayos de luz que golpean directamente los ojos de niñas y niños que pretenden correr detrás de las mariposas cada vez más escasas porque donde encontraban flores ahora está lleno de enormes espejos. Los golpes violentos de luz generan cierto dolor de cabeza en los niños que ahora ven reducido su espacio de esparcimiento natural. En el caso del parque eólico, donde los postes sostienen unas aspas que giran día y noche, se genera un ruido permanente y estresante en las personas que viven cerca del lugar; asimismo, ahuyentan a los animales e inhiben el canto de los pájaros. Las aves migratorias caen abatidas frente a esta máquina que elimina polinizadores (como el murciélago) y las aves que embellecen el paisaje (como el flamingo rosa que abunda en las costas de Dzilam de Bravo donde está construido uno de los parques de este tipo).

Además de estar cercados con un alambrado metálico en el que no se puede pasar a recoger alguna planta medicinal que antes se cosechaban en esos espacios, tampoco se puede acceder a los cenotes sagrados en los que el Aj Meen[25] penetraba para tomar agua sagrada para la celebración de los ritos agrícolas. Todo ha quedado atrapado en el interior del parque custodiado por una guardia policial armada, para evitar que la gente de la comunidad penetre sin el consentimiento de la vigilancia. Perdemos las plantas medicinales que se dan en ese lugar, los bejucos para amarrar las casas, los árboles que nos sirven como horcones, el agua sagrada de nuestro cenote sagrado y con ello la pérdida de la celebración de los ritos agrícolas a falta de los elementos fundamentales para dicha celebración. Pero hay mucho más: con este hecho se corta la memoria, se rompe el cordón umbilical con la historia, con el corazón, con la creencia, con Yuum Cháak, Yuum iik’ y Yuum K’áax que nos enseñaron a hablar la lengua maya ya muy debilitada y vulnerada.

Los jóvenes, hijos y nietos de los ejidatarios que dieron su consentimiento para el contrato de usufructo y la construcción del parque de energía renovable, se quedaron sin tierra por lo menos por noventa años; su suerte ya no está en ese lugar, la esperanza de sembrar y cosechar está muerta. Para poder trabajar es necesario abandonar la comunidad e instalarse como peones, como narcomenudistas, como camareras, como prostitutas y quizá como policías si corren con mejor suerte en los polos de desarrollo como Cancún, Cozumel, Playa del Carmen, Tulum y la Riviera mal llamada Maya. Buscan algún empleo y se ven en la necesidad de hablar bien el español y el inglés; muchas veces llegan noticias a sus familias (que aguardan el dolor de la pérdida de la tierra en la comunidad) de que han sido asesinados y sus cuerpos embolsados sin cabeza en alguna esquina del desarrollo. La pobreza ahora está a la tercera potencia. Antes de la llegada de la empresa y de la construcción del parque de energía renovable había pobreza, pero ahora hay extrema pobreza, ya no hay dónde sembrar, no hay dónde recoger leña, ya no hay autoempleo y menos empleo ofrecido por la empresa. Los viejos y las mujeres de la tercera edad piensan en la posibilidad de recibir el dinero que se ofrece por el programa gubernamental para lograr un pequeño ingreso. Además, no tienen noticias sobre sus hijos y nietos que se entregaron a los brazos de los polos de desarrollo en los grandes centros turísticos; el dolor de extrañar su voz y sentirlos cerca para aquel tsikbal familiar sobre la memoria maya, desfallece junto con los años de la vejez.

La tortilla ha subido de precio, el kilo anda entre veintidós y veinticinco pesos, lo peor es que ya no hay monte para hacer milpa, ya no se puede sembrar y menos cosechar. Hoy lo que se ve es un polígono brillante de celdas solares atrapando el alma de nuestro padre sol para convertirla en billetes que van directo a los paraísos fiscales de la empresa; lo que se ve, son enormes postes con enormes aspas que giran día y noche para producir energía que roba de nuestro otrora Yuum iik’ que llegaba en la comunidad para celebrar juntos la vida. Ahora ese ruido nos estresa, nos ensordece, nos insensibiliza, nos conduce a la muerte, esa muerte que significa extinción. La lluvia parece no importarle mucho a esa zona que antes era territorio de Yuum Cháak, hoy propiedad de empresas con nombres extraños donde brillan grandes espejos y giran enormes aspas. Las nubes cruzan sobre ellas como enormes serpientes, linajes de K’uk’umkaan[26] siguiendo las huellas de la planta de los pies de Jacinto Kan Ek’ y Cecilio Chi’, convocando a los pueblos que tienen en el corazón un maíz rojo, un maíz negro, un maíz blanco y un maíz amarillo para convertirse en una sola mazorca multicolor y concentrase en el centro de la comunidad. Allí están los otros colores, el café, el azul y el verde donde crece la ceiba, esa que toma forma de cordón umbilical y reúne las fuerzas del cielo, la tierra y el inframundo. Yuum Aj P’uuch[27] y XTáabwáay[28] preparan la resistencia, la lucha y la esperanza.



El turismo como el… verde

Ch’eel es el nombre maya de un tipo de urraca que tiene la cabeza blanca y abundante de palabras, es dominante por lo menos con su presencia por parvadas en todos los rincones de la Península de Yucatán; cuentan nuestros abuelos que cuando llegaron los primeros extranjeros a estas tierras mayas, güeros, habladores y dominantes les apodaron ch’eel; hasta el día de hoy así le decimos a los güeros en toda la Península. Por eso nos causó curiosidad cuando empezamos a escuchar por parte de las empresas promotoras, que el turismo que ellas promueven es verde, cuando sabemos bien que son ch’eel los que vienen de esas tierras lejanas. Pronto supimos que ese color no lo usaban por sus características físicas sino por un tema ambiental, según explica la empresa, que el negocio de turismo que promueven es amigable con el color de la selva, es amigable con lo verde, así como las áreas verdes que dejan algunas veces frente a las plazas comerciales o fraccionamientos que construyen; entonces todo lo que corresponde a este turismo es verde, así como el capitalismo, nos dijo uno de ellos.

Eso nos llamó mucho la atención, no sabíamos que el turismo y el capitalismo tenían color y menos que fuera verde y peor aún que sea el verde de la selva y de las hojas de las plantas. Algunos se preguntaban si lo verde tenía relación con el color de los billetes extranjeros o porque son cómplices del partido verde, ese partido señalado como el más corrupto de la historia de México. También supimos que a estas empresas les llamaban inmobiliarias o constructoras; son aquellas empresas que implementan megaproyectos conocidos como fraccionamientos en las periferias de las grandes ciudades como Mérida, Valladolid, Izamal, Motul, entre otras. Pues estas empresas, según algunas versiones de la opinión pública, son o se parecen a un tipo de cártel delictivo legalizado, son señaladas como despojadoras de terrenos, de casas, de selvas y principalmente de lugares atractivos para el turismo como los cenotes, la selva alta, los sitios arqueológicos, los miradores, las playas y las lagunas para la construcción de hoteles de cuatro o cinco estrellas y enormes restaurantes; como siempre con la complicidad y asociación de las autoridades responsables de velar por la salud del medio ambiente en la Península de Yucatán y en México en general.

Algunas veces estas empresas amorfas o multiformes, toman forma de alguna asociación civil sin fines de lucro con el objetivo de “proteger el medio ambiente”; sus integrantes son grandes empresarios que ofrecen desarrollar la comunidad promoviendo el reconocimiento y declaración de pueblos mágicos, promover la construcción de carreteras hacia lugares donde se encuentran zonas arqueológicas o lagunas, promueven y gestionan ante los gobernadores decretos de expropiación de lugares atractivos prehispánicos o lagunas y en poco tiempo ya tienen en esos lugares carreteras amplias para el paso de autobuses, grandes restaurantes y hoteles de cuatro estrellas. En dicho lugar, los mayas de las comunidades, que eran dueñas del lugar, ya no pueden entrar porque ahora son para turistas extranjeros. Así se consuma el despojo de estas empresas y megaproyectos en la Península de Yucatán.

Se emprendió una batalla legal a través de un litigio que duró alrededor de dos años con un resultado favorable para el pueblo maya, fue un tiempo récord, relampagueante; el decreto fue anulado por la justicia federal a través de un amparo que fue concedido a la asamblea ejidal que no dejó de luchar desde el primer momento en el que se enteró del despojo de su territorio. Sus quinientos ejidatarios junto con las mujeres y sus hijos se declararon en lucha permanente para recuperar lo que les habían robado. Las comunidades mayas de la Península de Yucatán estamos enfrentando un acoso violento de las empresas desarrollistas que ven una gran cantidad de recursos en nuestro territorio. Cuando pensábamos que el despojo había tocado fondo, resultó que no, que vendrían otros más voraces, más violentos.



Las vías electrificadas… del despojo

La noticia oficial de que en el sureste mexicano se construiría un tren rápido con la llegada de un gobierno que prometía bienestar para los pobres, para muchas personas formó parte de la celebración de un nuevo partido político en el poder; para otras un tema recalentado proyectado por otros gobiernos neoliberales. Dijeron que no era un tren, sino más bien un proyecto muy antiguo que formó parte de aquellos tratados internacionales conocidos como McLane-Ocampo y que ha venido cambiando de nombre o máscara en las diferentes coyunturas políticas con gobiernos emanados de distintos partidos: PRI, PAN y ahora con MORENA. Lo cierto es que el tren no es un tren, sino un gigaproyecto de reordenamiento de la Península Maya de Yucatán; se trata de convertir este territorio en un enorme corredor industrial en nombre de un tren que le impusieron “maya” como apellido para que los mayas lo sientan como suyo y se sientan orgullosos de ese montón de cajas de metal eléctrico que recorrerá la tierra que alguna vez fue suya. Pronto comenzarían a sentir los impactos negativos de este “monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de esta gente” como dice aquella canción muy conocida en toda América Latina en la voz de Mercedes Sosa.

La cuestión es que para muchos que tenemos fresca la memoria, nos lastimó esta noticia como en los días del gran dictador de México llamado Porfirio Díaz, artífice de un tren que llegó a la península de Yucatán cargado de soldados para aplastar la resistencia maya en los días aquellos que los “historiadores” llamaron guerra de castas. A tres años de que se comenzó a construir este gigaproyecto con el nombre de tren maya, tenemos como pueblo indígena algunos saldos: hemos descubierto que aquel ASPY que firmaron los tres gobiernos de la Península de Yucatán en el que se plantea desarrollar con sustentabilidad la región, consistía en integrar en un solo paquete los megaproyectos que estaban dispersos. No lo pudieron lograr, en ese entonces, porque los detuvimos con unos amparos; sin embargo, lo que los gobiernos priistas y panistas no lograron concretar en este tema, lo estaba logrando hacer este nuevo gobierno “progresista”, aprovechando la legitimidad de los treinta millones de votos que recibió para ejercer el mandato; el instrumento que había escogido para enmascarar la integralidad de los megaproyectos fue un tren que ha vendido fácilmente con una propaganda y una enorme lista de ofertas para las comunidades mayas. A ellas se les solicita la enajenación de sus tierras para la construcción de la panacea que les resolverá la vida, ya que el tren será como un puente entre la marginación y el desarrollo; es como la máquina del tiempo que por medio de una catapulta trasladará a los indígenas mayas del infierno al cielo sin paradas en puntos intermedios.

Las comunidades que estarán en el paso del tren recibirán todos los beneficios sociales que soliciten como red eléctrica, red de agua potable, escuelas, hospitales, carreteras y sobre todo muchos empleos bien pagados; es decir, los mismo que habían ofrecido las empresas que antecedieron a este proyecto y que no cumplieron, pero, que este proyecto sí lo va a cumplir porque lo encabeza el gobierno federal que más legitimidad ha tenido en la historia del país. Las promesas de beneficios son tan generosas que hasta puentes prometieron en un territorio sin ríos. Uno de los obstáculos a superar por este proyecto del tren mal llamado maya, (quienes nos llamamos hombres y mujeres de maíz lo escribimos con LL) es la consulta indígena. Para quienes llevamos muchos soles en la lucha, sabemos que este tipo de instrumentos son meramente paliativos.

Los descaros de la traición apenas estaban empezando. El FONATUR presentó a la SEMARNAT un estudio de Manifestación de Impacto Ambiental que planteaba entre otras cosas que el “etnocidio puede tener un giro positivo” en relación con los impactos negativos que generaría el tren en el territorio maya, alegaron luego solamente errores de redacción. Algunas comunidades mayas de la Península de Yucatán decidimos, entonces, proteger nuestro territorio, nuestra lengua materna, nuestra organización, nuestra asamblea, nuestra creencia, nuestra historia, nuestra memoria, nuestro sueño, nuestra libertad, nuestra milpa, nuestras plantas medicinales, nuestros árboles, nuestros bejucos, nuestros guanos, nuestros ritos agrícolas y la vida que nos articula con todo lo que nos rodea: cenotes, lagunas, antiguas ciudades, grutas, agua y el territorio maya en particular.

Frente a esta realidad, quizá no sea necesario preguntarnos si la conquista y la colonización continúan en el territorio maya Peninsular. Me parece que hoy lleva un nombre más acorde con la época, con la modernidad, se llama “desarrollo”: promueve un tren que se llama maya, un restaurant que se llama maya, un hotel que se llama maya, un museo que se llama maya, un periódico que se llama maya, una gasolinera que se llama maya y una Riviera que se llama maya, solo que estos nuevos mayas hijos de la conquista y colonización no son de maíz, no tienen óol, son legítimas entidades de interés público como lo reza su constitución.

Pero los que tenemos una mazorca por corazón, los que tenemos a Yuum iik’ como aliento, los que tenemos a Yuum Cháak como sangre y los que tenemos a Yuum K’áax como padre de la milpa, somos hombres y mujeres que hemos convocado a un diálogo a los pájaros, a los animales, a las abejas, y al ch’och’liim le hemos enviado esta invitación:



Ch'och'liin Líik'en ta muksajil a nu'ukbes a k'aay, tumen in payalchi'e', ts'o'ok u p'áatal ma' tu yu'uba'al tumen Yuum Cháak, náach ku máan u jóoyab u chúuj ti' u yi’ij in naal. Ma' beey u ch'e'ejil a k'aaye': ku wolik múunyal, ku kóolik ja', ku xuxu'tik iik', ku yéensik cháak, ku wáaytik u xikin u puksi'ik'al lúub cháak. Kexi' túun teech ka’aj wu'uy kex u yóotsilil in payalchi'e'. Wa ka'aj much jóok'okech ta muksajile': tuláakal u che'il k’áax kun k'iinbesik a k'aba', tuláakal ba'alche' uk'aaj kun óok'ot a cha'antej, tumen teche’ múul a kuxkiintik a k’aay, yéetel u ya'axil u yóol yóok'ol kaab.


Cigarra Levántate de tu entierro a fraguar tu canto, mi rezo, se ha quedado sin el oído de Yuum Cháak, lejos anda su calabazo de la espiga de mi maíz. No así la estridencia de tu canto: amasa la nube, seduce al agua, lisonjea al viento, desciende la lluvia y hechiza los oídos del corazón de lúub cháak[29]. Sé tú entonces quien escuche mi desamparado clamor. Si pudieras salir de la tumba: todos los árboles del monte festejarán tu nombre, todo animal sediento danzará para tus ojos, porque tú, reanimas la vida de tu canto, al igual que el verde retoño de la tierra.



El primer acuerdo que al parecer será un consenso es “La tierra maya no se vende ni se renta”.

[1] Tipo de árbol que genera mucha miel. [2] Padre “creador” del monte. [3] Rito o celebración por la miel. [4] Madre “creadora” de las abejas. [5] Trozo de madera que sirve de nido de abejas nativas. [6] Tipo de urraca. [7] Ánimo, ser profundo. [8] Extraño, opresor, blanco, empresario. [9] Pájaro amarillo alertador. [10] Sujétalo con fuerza, o asegúralo. [11] Padre “Creador” del viento. [12] Padre “creador” de la lluvia. [13] Inframundo o laberinto. [14] Guardián creador. [15] Madre “creadora”. [16] Padre “creador” del misterio. [17] Huanacaxtle, parota, tipo de árbol. [18] Tipo de árbol. [19] Tipo de árbol, álamo. [20] Madre tierra o hermosa tierra. [21] Rito o celebración por la lluvia. [22] Rito o celebración agrícola, primicia. [23] Ave nocturna. [24] Semilla de maíz a cosechar en 4 meses. [25] “Sacerdote maya”. [26] Serpiente emplumada. [27] Padre “creador” de la muerte. [28] Madre “creadora” del misterio. [29] Temporada de lluvia.



Pedro Uc Be

Es un escritor indígena maya, poeta, narrador, traductor y activista. Es profesor en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes de Yucatán (CEBA). Es integrante de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya Xíinbal, organización que tiene como objetivo defender su territorio del despojo que aplican las megaempresas de energía renovable en la Península de Yucatán. Ha sido merecedor del Premio Estatal de Poesía en Lengua Maya 2015. Ha publicado Yáanal Xya’axche’, Debajo de la Ceiba (2019), U Yi’ij Chak Ixi’im’, Espigas de maíz rojo (2020), Poemas en Círculo de poesía “Xochitlájtoli” (2019) y Síijil en Revista Sinfín, no. 22, año 4, México, 2017.

Publicado por la Revista "Telar".

Núm. 27 (2021)

Segundo semestre 2021 (julio-diciembre)

Coordinadores Oscar Martín Aguierrez (IIELA- UNT- CONICET) María Jesús Benites (IIELA- UNT- CONICET) Itzá Eudave Eusebio (FFyL-UNAM)






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