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EL AGUA Y LOS MAYAS DE LA PENÍNSULA DE YUCATÁN.



La Península Maya de Yucatán fragmentada en tres Estados llamados Campeche, Quinta Roo y Yucatán propiamente, es una región plana de sureste mexicano, desde hace algunos milenios habitada por mujeres y hombres que territorializaron como maya esta gran planicie en la que abundan las piedras con las que nuestros abuelos construyeron interesantes edificios conocidos hasta el día de hoy como Chichen Itzá, Uxmal y Mayapan entre otros.


Está rodeada de mar, una parte por el golfo y otra por el caribe con algunas islas sobresalientes como Cozumel e Isla Mujeres. Entre las formas de vida de la que goza este territorio están los cenotes, son grandes bocas de la tierra en las que ofrece agua dulce, limpia, fresca y cristalina, unos pueden ser bebidos desde los labios de la tierra y en otros se hace necesario bajar algunos metros para abastecerse del agua que guardan sus peces, sus tortugas y lagartos.

Nuestras abuelas y abuelos mayas, territorializaron toda la Península al construir sus casas, sus familias y sus comunidades en torno a estos cenotes, así aprendieron que eso que ahora llaman medio ambiente, para ellos es la vida plena, descubrieron que el monte o selva con toda su fauna depende del agua que llega del cielo y de la que está en los cenotes, lagunas y aguadas, pero lograron notar que el viento, la luz del sol, la luna llena, la noche entre otras y otros, son formas de vida como cada una y uno de ellos, el necesario tejido realizado por las manos artísticas de la naturaleza alimentaba las diversidad de formas de vida para celebrar la convivencia, la comunitariedad y el respeto.


Cuando nos educaron a través de los interminables diálogos familiares en torno a la banqueta (mesa pequeña) durante y después de la comida, nos decían que el mundo es como un cuerpo humano que puede ser fuerte si está sano pero que puede estar muy débil si está enfermo, que para mantener su salud tiene qué comer y se le debe cuidar, a la vez hace lo mismo con nosotros y con los demás como los animales y los pájaros. Su salud lo notamos cuando el monte está verde y lleno de flores acariciadas por las mariposas, las abejas y el colibrí. El agua de los cenotes debe estar limpias, sin basura, con sus peces, tortugas y las libélulas bebiéndolas; así deben estar todas las formas de vida que existen en el territorio, sanas, saludables para que los humanos que son también solo uno más de las formas de vida sea saludables.


Así hemos aprendido de generación en generación a creer, a pensar, a sentir, a escuchar, a crear, a compartir como un solo cuerpo con todas las formas de vida que crecen hasta en las estalactitas que guardan el agua de los cenotes junto con los murciélagos que encuentran en ellos una casa que transforman en hogar para sus hijos quienes son los polinizadores de la siguiente generación, así como sucede con las familias mayas que vivimos en comunidad.


Esta mirada del niño y la niña maya lamentablemente fue declinando con la primera invasión, con el principio de la colonización que no se cansa, que no acaba, con los primeros rezos de la evangelización de la espada que se han transformado a día de hoy en progreso y desarrollo implementados sobre el cadáver de miles de árboles asesinados y cremados como cuerpos humanos fallecidos de covid-19. Los cenotes del territorio maya han sido enfermados, han sido contagiados de una pandemia, en el fondo de su cuerpo cargan miles de desechos de plástico, de cristales rotos, de trozos de metal, casi se hace posible afirmar que les ha llegado la “cuarta transformación”; pero también el dolor de muchos niños, niñas, mujeres y hombres que el territorio maya ha formado, ha creado con el maíz, con la lluvia, con la fuerza del sol, con el cariño de la luna.


La relación de espiritualidad entre los mayas y el agua de los cenotes, forjada durante milenios por nuestros abuelos y abuelas llevaban ciertas marcas como el respeto entre iguales, el amor entre formas de vida, la celebración de convivencia con comida y bebida entre otras prácticas cotidianas, pero comenzó a enfermar cuando el entendimiento del colonizador afirmó que el agua, los árboles, la tierra y los animales solamente son un recurso, luego que los mayas por no alcanzar el fenotipo colonizador, son también recursos, es decir, objetos vendibles, mercancía atractiva para el desarrollo de la civilización.


A día de hoy en Yucatán cientos de granjas porcícolas están construidas sobre nuestros cenotes, cada granja tiene hasta doscientos mil cerdos, el agua de los cenotes los baña y limpia los chiqueros, ya que el agua se mezcla con la mierda, entonces todos esos deshechos los dirigen de nuevo al cenote, así es como el agua se enferma, el aire se enferma, las plantas se enferman y nosotros que llevamos el agua a nuestro cuerpo y espíritu, también nos enfermamos.


Nuestros esfuerzos como pueblos mayas por cuidar y proteger el agua de nuestros cenotes han resultado infructuosos toda vez que la estructura del entender colonizador convertido en leyes, en secretarías de medio ambiente gubernamentales, en partidos políticos, en escuelas, en iglesias, en empresas, en poder legislativo, en poder judicial y sobre todo en poder ejecutivo, afirman que ese modo de tratar las aguas de los cenotes forma parte de un proyecto de sustentabilidad y generación de energías limpias que mitigan la pobreza de las comunidades mayas de la Península de Yucatán.


La descalificación oficial de nuestra palabra, de nuestra opinión, de nuestra experiencia, de nuestro entender, es tan categórica, nuestra voz se ha topado con el “tengo otros datos”, ese poderoso ruido que contamina en gran manera el ambiente desde la frontera norte hasta la frontera sur del país. También los grandes hoteles y enormes restaurantes son enormes tuberías que absorben el agua de los cenotes y de la misma manera, una vez corrompida el agua hasta con restos de cocaína, la regresan a los cenotes. Los monocultivos de soya que ocupan miles de hectáreas de tierra maya peninsular, después de destruir manchones importantes de selva en la que matan con sus fumigaciones aéreas a animales, pájaros abejas y otros insectos, levantan grandes estructuras metálicas y plásticas de riego que inunda miles de hectáreas de una planta ajena a nuestro maíz que cae derrotado ante el poder de la colonizante soya, y transgénica.


Algunos resultados que han logrado estos promoventes de esta clase de sustentabilidad es que los niños tomen glifosato desde el pezón de su madre, la leche materna es ya una fórmula con glifosato para la inoculación de las niñas y niños recién nacidos en medio de un espacio que había sido territorio maya en donde el agua era una forma de vida, que es una hermana, que era una madre, que es una mujer de la comunidad pero que hoy desde el entender y el tratamiento colonizador es un recurso, es una mercancía al igual que todo lo que es territorio maya.


Los hogares del agua han sido allanados por el desarrollismo, el agua sufre lo que padecen muchas familias mayas, el secuestro de sus hijos, la servidumbre, la corrupción, la desaparición de algún familiar, la violación, la manipulación, la explotación y el extractivismo. Los cenotes, las lagunas, las aguadas, los ojos de agua, los chultunes y las nubes son casas u hogares del agua, todos han sido impactados en nombre del progreso, les han robado, les han hollado, les han contaminado, les han abierto heridas en el cuerpo como lo demuestra su piel sangrante.

El agua es la sangre que recorre el territorio maya de la Península, cuando decimos que esta agua es maya, lo enunciamos no en el sentido y significado occidental de propiedad, sino por la relación que se establece con él, o sea, no es un recurso sino un hermano, una madre, un abuelo y se le trata de humano a humano y de pariente a pariente, por eso se le respeta y no solamente porque es fresca, limpia y mitiga la sed, menos por ser una mercancía.


Los ritos mayas en torno al agua van ligados a todas las partes que integran la vida, la vida abundante, sana y libre. Nuestros abuelos ofrendaban el sakab (pozole) a los cenotes porque están vivos y son como nosotros, sienten, oyen, hablan y hasta trabajan al igual o más que cada campesino maya en la producción de los alimentos; por eso los ritos del Ch’a’acháak (traer lluvia) son fundamentales para el tiempo de siembra en la milpa, si la lluvia no llega, ninguna semilla tiene sentido, por eso nuestros abuelos se unen a la multitudinaria marcha de los contingentes de mariposas de diferentes tonos de amarillo que van al sur por la lluvia durante todo el día por algunas semanas para encontrarse con ella, para pedirle a Yuum iik’ que ponga su fuerza para traerla al seco polvo, a la tierra curtida y pinte de verde lo que el color café domina durante la sequía.


Los mayas que conservamos a día de hoy nuestro corazón de maíz, donde los partidos políticos no tienen cabida, donde la evangelización colonizadora es una amenaza y donde los megaproyectos desarrollistas son denunciados, tenemos el compromiso de ser agua de cenotes, agua de laguna, agua de mar, agua de lluvia aunque nos están reduciendo a agua de ojos lacrimosos por un megaproyecto etnocida que se legaliza con cinismo en el estudio de impacto ambiental que afirma que este tipo de “etnocidio puede tener un giro positivo” si de la construcción de un tren se trata, así de contrastante están nuestras miradas en un territorio que hasta ahora sigue siendo maya pero que si no logramos resistir, un tren será lo único maya que persevere.


El gobierno de “izquierda” de la derecha que “gobierna” este país sigue permitiendo que los empresarios se apropien del agua de los cenotes, de las lagunas y a este ritmo que van puede llegar a ser también de la lluvia, el despojo de nuestro territorio es el despojo de nuestras aguas con quienes hemos convivido como familia por siglos y milenios, hoy reducidos a recursos para la acumulación y multiplicación del dinero de unos cuantos conquistadores modernos en nombre de la democracia, de la sustentabilidad, del desarrollo y del progreso para los indígenas marginados, pobres e incivilizados.


Sin agua maya no hay territorio maya, el territorio maya desfallece de sed, los monstruos están tomando el control de las venas del territorio para llevarse la sangre de nuestro suelo, de nuestra tierra roja y negra, de nuestra sal, de nuestra nube, están desecando el cuerpo de nuestro territorio para conservar únicamente su imagen tan útil para exhibir en los museos del “mundo maya”, esa comercialización de los cuerpos secos y muertos de sed vestidos con traje regional, con zapatos viejos, con cintas rojas en la cabeza y hasta haciendo la función de guías que exotizan y desfiguran la historia con los intereses extraños impuestos por el brazo dominante.


Los cenotes del territorio maya no son casas inhabitadas, no están vacías, tampoco son almacenes de líquido descompuesto, es el hogar de otras formas de vida, el cenote es una vida que alimenta otras vidas, es también un territorio y es maya, ahí hacen nido los peces, ahí se divierten las tortugas, ahí hacen las libélulas su pasarela, ahí aprenden a nadar los lagartos y en su entorno nace la comunidad maya para hacer la milpa. El cenote es habitación de otros seres, esos que han sido negados por occidente, esos que a veces les llaman seres míticos, esos que no pasan la prueba de la epistemología de las prestigiadas universidades que deciden lo que es verdadero y falso, pero eso nunca nos ha preocupado como mujeres, niños y hombres mayas, nuestra verdad fue descalificada desde hace mucho, cinco siglos igual como dice la canción.


Por mencionar a algunas de nuestras abuelas y abuelos que habitan ahí o por lo menos llegan en procesión para su celebración, está X Kiik, X Táabay, X Ch’eel, Yuum Cháak, Yuum Iik’, Yuum K’áax, y K’ulub Cháak entre muchas otras y otros; en su cuenca celebramos la palabra, celebramos la vida, celebramos la siembra, celebramos la cosecha. En el cenote también encontramos la historia, ahí está nuestra memoria, ahí está nuestra alegría, ahí está nuestro dolor, nuestra lengua, nuestra rabia, nuestro sueño, nuestra fuerza y nuestra esperanza. Lamentablemente han llegado las grandes corporaciones y los han hecho sumideros, los han endrogado y los han rellenado de escombros y cemento para desaparecerlos. Sin embargo, en los últimos días, algunos hombres y mujeres hablan de que en esos entornos aparecen algunas plantas de maíz nativo con hojas muy verdes que apuntan esperanza.


Fotografías: Haizel de la Cruz




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