Las llamadas consultas a pueblos indígenas son sólo las trampas del poder
Protesta en el foro sobre la Ley del Instituto Nacional Indígena, en Valladolid. Foto de Gilberto Avilés Tax
BUCTZOTZ, Yucatán, 11 de noviembre de 2018.– Desde que el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aparece en junio de 1989 y es ratificada por México, el tema de la consulta a los pueblos indígenas empieza a ser un asunto importante en este país y en América Latina.
En Yucatán se ha puesto de moda el tema, derivado de los megaproyectos de cultivos de soya transgénica, la construcción de una megagranja porcícola y la puesta en marcha de parques eólicos y fotovoltaicos para la generación de energía eléctrica, proyectos todos que invaden el territorio maya para beneficio único de las empresas.
De acuerdo con los protocolos establecidos respecto a la forma de realizar estas consultas que encabezan la CDI, la SENER, las empresas y entre otros organismos, las consultas deben ser previas, libres, informadas, culturalmente adecuadas y de buena fe. La experiencia que tenemos como pueblos mayas en la Península es tan lamentable que ninguna de estas características se ha cumplido, porque las empresas y el gobierno violentan todo; la primera trampa de origen es que las consultas son NO vinculantes, la siguiente trampa –que es la madre de todas las trampas–, es que no se hacen de buena fe.
Esas consultas, como las de Hopelchen Campeche y San José Tipceh, en Muna, Yucatán, han estado tan amañadas con manipulaciones, engaños, que ha derivado a violencia física promovida por los mercenarios de la empresa y del gobierno.
En Oaxaca, que padecen la misma situación, pero en sobredosis, se interpuso un amparo contra estas falsas consultas pero el proyecto de sentencia presentado por el ministro Cossío va en el sentido de validar, legitimar y sentar precedente de estas apestosas consultas; si esto pasa, entonces cualquier forma de consulta será válida y quienes lo promueven tendrán todas las ventajas de conseguir lo que quieren en nombre de los pueblos indígenas, en consecuencia, la pérdida de nuestro territorio.
Ante las exigencias de que se consulte a los pueblos, el nuevo gobierno llega con una urna de 30 millones de votos para anunciar que sí se harán las consultas a los pueblos y al país entero por cada obra trascendente, sin embargo a pesar de este “consultitis”, no han sometido a consulta dos iniciativas importantes que son las de las comisiones bancarias que nos compete a todos y la ley agraria de Ricardo Monreal.
Pero volvamos a lo que sí se consulta, que el aeropuerto, que la ley indígena, que a lo mejor el tren maya. El problema no es tanto la falta de consulta; el fondo de nuestra voz en torno a las consultas es que no se hacen bien, son de la mala fe, están viciadas, manipuladas, corrompidas y usadas para justificar proyectos ya decididos sin nuestra participación; después de que arriba se toman las decisiones se simula una consulta para legitimar lo que previamente ya está decidido: ¿no es esto gatopardismo también?.
El caso particular de este foro de ayer sábado 10 que le llaman consulta, en Valladolid, en la que participan tres estados de la Península, deja más preguntas que respuestas. ¿Es suficiente este foro para conocer la opinión de los pueblos más marginados de la Península? Quienes asistieron en representación de la comunidad u organización ¿fueron elegidos como sus delegados? Si fueron elegidos como delegados ¿les autorizaron tomar decisiones en nombre de la organización o comunidad? ¿No deberían haber regresado a su base para que se discuta la palabra que trae y de ahí tomar una decisión y regresar al foro para comunicar la decisión de su pueblo?
La mayoría de los que asistieron por cuenta propia ¿lo hicieron porque tienen un interés legítimo por los derechos de los pueblos mayas o lo hicieron porque forman parte del séquito del convocante, como lo hace la SEMARNAT con sus famosas consulta públicas, o quizá asistieron porque ven una oportunidad de conseguir un puesto al lado de los nuevos funcionarios que ayer estuvieron en otras filas en las que fracasaron y que hoy estrenan una piel morena para con ese pretexto legitimar su ser indio confundido con indigenismo?
Si se hicieron “críticas trascendentes”, como afirman algunos historiadores, y que los mayas que asistieron “no fueron en ningún momento escépticos sino que fueron dogmáticos” –aunque tacharon ciertos artículos–: ¿con esto podemos tener entonces la seguridad de un maravilloso Instituto Indígena que de entrada va a controlar todos los dineros del pueblo maya?
Quizás algunos mayas seguimos oprimidos –perdón, deprimidos–, pesimistas y escépticos, y aún nos cuesta creer que el siguiente jaguar sea de piel morena y que sea vegano.– Buctzotz, 11 de noviembre de 2018.