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Crítica al extractivismo académico en Quintana Roo: o diálogos cruzados con Castillo Cocom y Pedro U


Luchador infatigable de los derechos del pueblo maya, poeta profundo de su lengua milenaria, el maestro Pedro es un referente ético actual en la Península de Yucatán.

Recientemente, en Yucatán y Quintana Roo se suscitaron algunos hechos de violencia contra la mujer y la infancia indígena de la Península. Por respeto a la memoria y la dignidad humana, no voy a escribir y dar relación de dichos hechos. Baste con señalar mi repudio sistemático a esos actos de barbarie, aunque bien tengo presente que escribir está de más cuando el dolor avanza todavía en los vericuetos de la memoria, y el coraje y el sacudimiento que nos ha impulsado a pedir justicia aún no cesa y dudo que cese.

Asimismo, en la Península, estos días fueron de tragedias ambientales sobrepuestas a tragedias ambientales: muertes masivas de abejas en Dzonot Carretero (Yucatán) y Candelaria (Quintana Roo) ocasionadas por la salvajada de rociar campos enteros de agricultura con químicos letales para las abejas cuya polinización es de suma importancia para la viabilidad de la vida misma; nos hacen tener presente que no sólo “biopiratas franceses” y sus colusiones con seudo-académicos e intereses mercenarios han puesto en jaque ese saber y relación simbiótica de milenios entre las abejas y el campesinado maya; biopiratas y académicos sin escrúpulos y ética son consecuencias de una noción de desarrollo que no respeta el saber de los pueblos, y que tiene como paradigma, desde la arbolada mercantilista a fines del siglo XV y principios del XVI, la obtención indiscriminada de la ganancia, el extractivismo económico, epistemológico, ontológico:[1] la idea de la conquista-progreso humano en términos occidentales, el saqueo sistemático de las distintas otredades comprendidas fuera del radio de “civilización” con matriz eurocéntrica, hasta desembocar en el racismo epistémico.

Este racismo epistémico es lo que Silvia Rivera Cusicanqui ha objetado al trabajo de Quijano y Mignolo, que es correlato del racismo como paradigma de la construcción –vía el saqueo- de Occidente en las tierras del nuevo mundo: la inferioridad indígena como posición filosófica de Occidente para su conversión-explotación, corre pareja con la omisión de sus saberes, la no-cientificidad de sus conocimientos etiquetados de este modo por la soberbia epistemológica de occidente, y, recientemente, mediante un aparente giro “decolonial” de la ciencia noratlántica, los pueblos indígenas – con sus literatos, mitólogos, botánicos, especialistas de la cientificidad indígena- han sido vistos como el “botín” donde abrevan las distintas academias, tanto extranjeras como nacionales.

Esto lo señalé en un artículo de hace más de un año, cuando hacía eco de las palabras del intelectual maya José Manuel Poot Cahun, al referirme a los “ku yokoltiko’ob le pixano’”, los robadores del alma –antropólogos, historiadores, científicos blancos y mestizos- que hacen uso de las enseñanzas de los pueblos originarios, para sus provechos personales vía el copyright de la propiedad privada: ¿saber sobre las abejitas?, pues vámonos a las comunidades y paguemos a los meliponeros para que nos otorguen sus conocimientos. ¿Asuntos sobre hierbas y formas de preparar la milpa y cazar el venado?, pues acampemos en un lugar seguro e indaguemos qué tanto se sabe de ello. La crítica que Rivera Cusicanqui ha efectuado al extractivismo epistémico de Mignolo y Aníbal Quijano, la podemos, desde luego, interpolar a la crítica que hemos venido haciendo a una academia regional desligada de los verdaderos procesos sociales que atañen al pueblo maya y regional. Este racismo epistémico versa en producir “conocimientos sin ligar su escritura y su actividad a la lucha por la liberación de los pueblos, sino para adquirir capital simbólico, capital económico y crédito académico en las academias”.[2] Es decir, los famosos y tan prostituidos “puntos para el SNI” y su “reino de las estampitas”.

Generalmente, las ciencias sociales y humanísticas, en México y Quintana Roo, están repletas de bodrios ilegibles escritos con abominables prosas profesorales, donde campea el “etnocentrismo textual”, la endogamia de lecturas y las citas recurrentes y repetitivas a los pares, cuates y hasta amantes. Esto es lo que ha creado un sistema de investigación nacional donde la mafia y la chabacanería se ha impuesto por encima de trabajos y obras escritas con mesura y reflexión. “En el reinado de las estampitas” del SNI, donde cada novel académico desea estar, buena parte de la investigación estriba en un mero ejercicio de publicar textos “de muy dudosa calidad”, de engrosar el stock de basura investigativa con “toneladas de papel malgastado en compilaciones y coordinaciones de textos, diseñados más para obtener puntos en el escalafón del SNI que para promover la reflexión, presentar nuevas teorías o bien para hacer públicos los resultados de procesos maduros de investigación, ya sea teórica o aplicada”.[3] Los mayistas del SNI, hombres y mujeres doctos y cargados de letras y de mafias académicas que deciden “el destino de la palabra” de los mayas imaginarios y reales, ahítos de sapiencia erudita, son las reencarnaciones atemporales y escriturales de los “antropólogos vashak”. Juan Castillo Cocom, excluido por las mismas mafias del SNI y hasta de un Sistema Estatal de Investigadores de Quintana Roo para pertenecer a sus cenáculos,[4] interpretó y reveló a estos “descubridores” del hilo negro y de la trama secreta de la mayanidad a través del “Quincunx metacrítico”: la creación de los mayas y de la cultura maya se realizó por académicos norteamericanos, europeos y mexicanos que aplicaron análisis esencialistas para explicar el universo maya. Esta construcción se realizó mediante cuatro disciplinas occidentales –historia, lingüística, antropología y arqueología- para crear la nación de la cultura e identidad maya (imaginada por los mayistas).[5]

Entrampados en sus “monotemas”, los mayistas zanjan la cuestión analítica de la realidad mediante el filtro de sus “marcos teóricos”. ¿Cómo reaccionaría un mayista al saber que en una comunidad de Yucatán o Quintana Roo sucedió una tragedia que pone en crisis sus interpretaciones de cómo son los mayas realmente y cómo viven en un clima “armónico” y tranquilo? Forzando poco a la imaginación, me imagino al “gran Mayista” blanco de la UADY, de la UQRoo, del CIESAS o del CEPCHIS, comentando lo del caso de Tahdziu donde ocurrió un lamentable infanticidio: tal vez dirán que se debió a la globalización, el turismo, la migración, el cambio climático, el chacra, la falta de valores, el reguetón o la acendrada vejez de la milpa maya. Ya estoy imaginando a esos Mayistas blancos de Café meridano o chetumaleño rasgándose las vestiduras, diciendo que este tipo de barbaries no ocurre en los pueblos mayas que, según Thompson y Morley, eran de natural pacíficos. Pero si tan pacíficos eran, las leyes penales que establece Landa en suRelación se vuelven ahistóricas para esta visión indigenista del “Mayista blanco”. No, en las comunidades pueden suceder estos actos execrables, y una perspectiva decolonial no puede obviar estas situaciones, so pena de no generar ideas de políticas públicas que los contrarresten.

En todo caso, platicando con el poeta y activista de los derechos del pueblo maya, mi amigo Pedro Uc Beh, uno de los motores de la Organización Múuch Xíimbal (el otro es el maestro Russell Peba) que ha dado pruebas fehacientes de defensa denodada del territorio y los saberes del pueblo maya y las abejas nativas, los académicos –es decir, los mayistas[6]– me señaló que los académicos, si bien no pueden hacerlo todo, y sería lesivo para el pueblo que lo hagan, en el entendido de que es el pueblo el que debe guiar el camino de los investigadores y no ellos y su “expertice”, o sus “líneas de investigación” fijadas por el cartabón inflexible del Conacyt; sí están obligados a un ejercicio de acompañamiento ante las necesidades atingentes del pueblo: el trabajo de vinculación debe ser permanente y comprometido, debemos acudir donde nos llaman sin obligar, el conocimiento es no solo datos sino también reflexión sobre los datos, motivación y sensibilización sobre la importancia de la base comunitaria para los nuevos procesos de deconstrucción epistémica y económica decolonial.[7] Esa es, si existe una justificación de la ciencia en México, la que uno en su momento ha tomado desde que comenzó esta senda de trabajo intelectual, hace diez años ya. Escribí en su momento: “Las cuestiones de contribución, transformación o destrucción de las relaciones de producción o de dominio, se encuentran entrelazadas con una ética fundamental de compromiso con la colectividad (no solamente la comunidad científica, que no es autónoma respecto a la conflictiva social), en el que el investigador no puede –so pena de perder el basamento de la realidad social desligarse de la necesidad social y de la manera en que cómo su labor incide en la colectividad: “La ciencia, sin método, se convierte en mera acumulación de datos; la ciencia sin ética se transforma en arma de manipulación, enajenación y destrucción. Cualquier investigador, consolidado o en aras de serlo, tiene la obligación de reflexionar acerca de las consecuencias de su labor y de su función en la sociedad, además o a la par de los problemas teóricos y metodológicos que conlleva su trabajo” (Ruvalcaba: 25). Una ciencia sin método no es ciencia sino superchería seudocientífica, pero una ciencia con método, pero sin referente a la colectividad, es una ciencia enajenada, manipulada. No hay ciencia de élites ni para las élites, y menos en las ciencias sociales”.[8]

Salvo algunos investigadores comprometidos con el lema de Múuch Xíimbal (“la tierra ni se vende ni se renta”),[9] Pedro Uc Beh concibe al mundo académico en dos esferas: los que se caracterizan por su silencio rotundo ante problemáticas reales por las cuales transcurre la sociedad; y los “confusos”, “oscuros”, y que con un discurso neutro y terso, sin comprometerse del todo, “batean por el lado oficial” (son los más, los que prácticamente se amoldan al sistema de las estampitas y pasan por el proceso de aburguesamiento que Bourdieu diseccionó en su teoría de campos, en el cambio de las noblezas de naturaleza a las noblezas académicas creadas por el Estado). En México, esto podría equipararse con el “racismo educativo” y el “racismo universitario” en las universidades de México. En Quintana Roo estaríamos hablando de una academia venida del centro del país y con poco arraigo tanto teórico, temático y hasta emocional por la región. La tónica de la historia de la educación universitaria –pienso en el caso que conozco, la UQRoo-, ha sido, válgase la metáfora, de una educación universitaria de “enclave”. A más de 25 años de la fundación de la UQRoo –con sus problemas de corrupción, mafias académicas internas, cuchillos largos por todos lados, simulaciones brutales, endogamias chabacanas y autonomías para los cuates-, creo que uno de los puntos flacos de la solidez investigativa en el estado se debe a esa muda generacional investigativa que falta.

El silencio o la voz oficial. En muchos casos, el silencio ha sido más ensordecedor. Ahí tenemos la acusación precisa que el científico –y comprometido con la defensa del territorio maya y el jaguar- Juan Carlos Faller Menéndez hiciera contra la Universidad Autónoma de Yucatán y la Universidad Marista, por sus “silencios que mataban”, al no poner, con sus académicos, en la mesa de análisis al Acuerdo para la Sustentabilidad de la Península (ASPY);[10] acuerdo que, al final de cuentas, el Tercer Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito con Sede en Cancún, el pasado 6 de junio dejó insubsistente por no haberse llevado a cabo la consulta a las comunidades mayas del entorno.[11]

El silencio o la palabra. Mejor la palabra, para decir igual que las meliponas – y todas las abejas-, representan un anclaje en la cosmovisión que va más allá de las intenciones personales de una academia sin ética y coludida con los intereses extranjeros. La palabra para decir que estamos también de plácemes porque, recientemente, los ejidatarios de Dziuché lograron la abrogación del decreto que declaraba al Sistema Lagunar Chichankanab como área natural protegida (ANP). Ya se sabe, bajo el discurso del ambientalismo o una “sustentabilidad” equívoca, la trama no tan secreta de las ANP es la exclusión de las comunidades para la posterior privatización de los recursos. Resulta que, desde el 28 de junio pasado, el Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito de Quintana Roo, ante una queja del ejido de Dziuché, abrogó la ANP porque su nacimiento como reserva estatal “fue impuesta al ejido y al pueblo maya, violando los derechos agrarios de los propietarios de las tierras decretadas como área protegida el primero de abril de 2011, así como sus derechos como pueblo indígena”.[12]

[1] “No inviten a los antropólogos a sus fiestas”. Por Gilberto Avilez Tax. Noticaribe. 25 de febrero de 2017.

[2] Grosfoguel, Ramón. Del «extractivismo económico» al «extractivismo epistémico» y «extractivismo ontológico»: una forma destructiva de conocer, ser y estar en el mundo. Tabula Rasa, núm. 24, enero-junio, 2016, p. 135.

[3] Saúl Arellano. “El SNI y el reinado de las estampitas”. Crónica. 30 de enero de 2014. Otra crítica y análisis de los vicios del SNI, así como sus orígenes, se encuentra en el texto de Judith Amador Tello: “Sistema Nacional de Investigadores, lucha encarnizada por los pesos”. Proceso. 2 de agosto de 2014.

[4] Durante varios años, el Dr. Castillo Cocom, con trabajos indispensables para comprender la identidad maya en la Península, y director de varios tesistas de la UIMQRoo que han hecho escuela bajo su cayado y filosofía maya (varios de ellos, con postgrados en universidades de Estados Unidos y Centros de investigación de prestigio en México) con temas novedosos y que sin duda contribuyen para la decolonización de las humanidades y las ciencias sociales en Quintana Roo, ha sido sistemáticamente excluido de pertenecer al Sistema Estatal de Investigadores. En cuanto al SNI, la objeción ha sido su edad. Esto, desde luego, no es una objeción de fondo a su indispensable labor investigativa y de formador de futuros docentes e investigadores nativos de Quintana Roo.

[5] Juan Ariel Castillo Cocom (2004). “El Quincunx y el Encuentro de dos Dinastías en la Noche de los Tiempos: Dilemas de la Política Yucateca”, en Juan Ariel Castillo Cocom y Quetzil E. Castañeda 2004. Estrategias Identitarias: Educación y la Antropología Histórica en Yucatán. México: UPN/OSEA/SE. P. 260.

[6] Historiadores, antropólogos, arqueólogos y lingüistas (el Quincunx kokomiano), obsesionados con el tiempo de los mayas imaginarios, los han concebido como fuera de la historicidad y pugnan por imágenes sin movimiento de un pueblo que solo está bien en etnografías impenetrables o museos inmóviles, por miradas que siempre vuelven a los pueblos etnografiados o a los documentos en papel y piedra que busca asideros contra el transcurrir del tiempo.

[7] Y esto es, a grandes rasgos, la idea de una educación popular e intercultural más allá de los ropajes teóricos, más allá de la burocracia universitaria y haciendo a un lado las narrativas onanistas de los buscadores de estampitas para el SNI.

[8] “No hay crítica epistemológica sin crítica social. Apuntes rápidos sobre la ciencia (social). Por Gilberto Avilez Tax (2008).

[9] De hecho, Múch Xiimbal se originó por la invitación para discutir y analizar las energías eólicas y fotovoltaicas a lo largo del territorio peninsular, que a Pedro Uc y Rusell Peba le hicieron investigadores del Cinvestav y otras instituciones, como Rodrigo Patiño, Iveth Maturana, Jazmín Sánchez y Alfonso Murguía, todos, comprometidos con la defensa del territorio maya.

[10] “Silencios que matan. ¿Se deben o no informar y preguntar a los mayas? Por Juan Carlos Faller Menéndez. La Jornada Maya, 9 de agosto de 2018.

[11] https://educe.org.mx/?p=661

[12] “Ejidatarios logran que Chichankanab ya no sea área natural protegida. El área natural fue decretada, ocupando tierra y sin notificación”. Por Carlos Águila Arreola”. La Jornada Maya, 28 de agosto de 2018.


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