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Entre el “derecho” de pernada del patrón y la unión legítima de la pareja maya. (Del ts’o’okobeel al


El ts’o’okobeel es un término muy conocido en los pueblos mayas de la Península de Yucatán, pues recorre, sin que muchos se percaten, dos visiones contrarias. Aunque es un concepto de la lengua maya, su alma es occidental. Al parecer tiene su origen en la Colonia.

El conflicto que genera ts’o’okobeel puede entenderse por la raíz en su significado: el fin del camino.

En las haciendas en las que nació se practicaba el “derecho” de pernada o prima nocte. El ts’uul, que es la representación del rey en su espacio (al ser informado por el padre del joven enamorado de la petición de casamiento) hace traer a la señorita para que pase la primera noche con él —lo que se conocía metafóricamente en maya como bolkoj que es abollar el filo de los dientes de la señorita para que no lastime a su futuro esposo.

Para los padres de la señorita, esta situación era una pérdida, era la muerte, ts’o’okobeel, el fin del camino, o el fin de su camino por al menos dos razones: una, porque su arribo a la experiencia sexual por primera vez será la violación de su amo o ts’uul, del que por lo general quedaba embarazada cuando su madre no podía evitarlo con un té de yerbas para controlar embarazos no deseados; la otra es que ella es completamente pasiva en todo este evento, no obstante ser la protagonista principal. Así empieza la experiencia de violación, que es para el resto de su vida. No habría mejor término o concepto para esta situación ts’o’okobeel, un final de ser una misma, una muerte.

En los tres siglos de Colonia este término enraizó en las comunidades reducidas, controladas y sojuzgadas por los ts’uules, hasta la Independencia y la Revolución que impactan el régimen de las haciendas, que comienzan a desaparecer. Pero la vigencia del ts’o’okobeel lo mantienen los padres de los jóvenes, que ante la inexistencia de un ts’uul acuerdan el intercambio de la hija mediante un tipo de dote (como una vaca o una despensa) o de algún tiempo de trabajo del pretendiente en la milpa del padre de la señorita. Así, el concepto y la práctica permanecieron más o menos intactos. Hoy, ante el término, empiezan a asomar algunas preguntas en torno a su origen. Muchos interpretan que para la cultura maya el matrimonio o tener pareja es un destino fatídico. Se ha dicho que para los mayas la relación sexual es pecado, y que al casarse se termina el camino de inocencia y se muere en el pecado propio.

Nuestras abuelas y abuelos más primeros nos han dejado su palabra en boca de nuestros padres, que se confirma en el cuarto cantar de Dzitbalche. Ahí se describe el k’am nikte’ como la celebración de la unión de una pareja. Pese a ser un documento producido en la Colonia, muestra lo que se hacía y decía en torno a lo que hoy conocemos como casamiento —que no es más que la unión social de una mujer con un hombre para formar una familia. No tiene nada que ver con destinos fatídicos ni derecho de pernadas. Es una verdadera celebración ritual encabezada por quienes la protagonizan, y son acompañados por familiares y amigos que participan en este acto social, religioso, comunitario, sin las amenazas y prácticas de abusos que generan miedos, que hacen pensar en el fin de un camino, o sea de un ts’o’okobeel.

El k’am nikte’ es recibir flores. Ambos, el joven y la señorita, reciben flores, hay un intercambio de flores toda vez que para nuestros abuelos, las flores son muy significativas en virtud de sus colores, que representan el óol del mundo o los cuatro rincones del yóok’olkaab.

El k’am nikte’ es la celebración guiada por un aj-K’iin, que convoca a los Yuumo’ob para fortalecer esa unión, motivo de alegría, de invocaciones. Los participantes visten ropas nuevas, zapatos nuevos, peinados nuevos, se utilizan instrumentos musicales nuevos, cantos nuevos. Todo lo que sirve para la celebración es nuevo y la luna llena y el sol son los testigos de ese encuentro significativo.

K’am nikte’ es hallar el balche’ y el piich para que su sombra y su savia formen, como dioses creadores, las nuevas vidas que deciden unirse a sus hojas, a su color, a su fuerza, a su raíz, en virtud de que quienes así lo han decidido, llegan fortalecidos y alegres por las palabras de sus abuelas y abuelos, que se sientan frente a frente sobre el petate durante un día completo para obsequiarles su palabra, esa palabra que lleva fuerza, que lleva calor; esa palabra que se convierte en el tiempo, que recorre la salud, que se hace luz de los ojos de quienes se unen en un k’am nikte’.

K’am nikte’ es el compromiso de ser acompañada y acompañado por aj-Nakon, por aj-Soot, por aj-K’ulel k’aay, y por aj-Táanka’anche’, quienes hacen el compromiso de garantizar seguridad, música, canto y alimento. Por eso es una fiesta: es la representación de la vida hecha música, canto, alegría, alimento, seguridad abrazada por el balche’ y el piich que ofrecen su sombra para abrazar la nueva unión de la pareja con el universo y con el arte o creación.

K’am nikte’ es la manifestación de una ko’olebil sujuy k’áak’, una mujer de virgen fuego, ese fuego sagrado que arde en el óol, que arde en el corazón, un fuego que ilumina el espacio de la nueva música, del nuevo canto, del nuevo alimento, de la nueva tranquilidad, de la nueva flor, es decir, de la nueva creación.

K’am nikte’ es la fiesta de la naturaleza, es el regalo de los árboles, es la mirada del sol, es el abrazo de la luna llena, es la mujer que recibe y ofrece un arreglo floral obsequiada por el jardín natural de los dioses que traen la lluvia, los vientos que chiflan su canto, de los sacerdotes que convocan a los Yuumo’ob encargados de cuidar la vida y alimentarla para que no falte agua, ni maíz, ni cuidado por medio de los guardianes que nuestros abuelos dejaron escrito en los cantares de Dzitbalche’.

K’am nikte’ es el aroma del ts’its’ilche’ que ofrece sus labios al xunamkaab, es el aroma de x-so’ole-aak’ que cubre con sus brazos los músculos de sus hermanos árboles; es el aroma de la madre tierra mojada por la lluvia que exita las piedras elevando su esencia al cielo en la certeza del placer; es el aroma de cada flor que celebra creación, es la osadía artística de dioses que crean nuevas fragancias.

K’am nikte’ es despojarse de todo ropaje prejuicioso, como lo dice el cantar siete, es desnudarse de frente con la madre luna, es liberar al pelo de todas sus ataduras, es mirar con el puksi’ik’al el lugar que ocupamos, el lugar que creamos o hicimos nacer, es recrearse como uno y como dos o como dos que significan todo.

K’am nikte’ es nuestra búsqueda, nuestra memoria, nuestra historia, nuestra alegría, nuestra raíz que se presenta como concepto, como el óol y alab-óolal que se agita en nuestro puksik’al en virtud a que su fuerza viene de los colores, de las flores, de los vientos, del canto, de la música, de la comida y del abrazo de la madre luna; nunca más un ts’o’okobeel, vayamos celebrantes al k’am nikte’.

Artículo Publicado en el Suplemento Mensual "Ojarasca" del Periódico Nacional "La Jornada" #208

http://www.jornada.unam.mx/2014/08/09/oja-derecho.html


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