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La espiritualidad del territorio.


Mujeres en torno a la tortilla comunitaria. Xkaladzonot/ Foto: Haizel de la Cruz

Por Pedro Uc

“El hombre maya no debe ni puede tener tierra, no debe ni puede ser propietario de un pedacito de tierra” sentencia un viejo maya hace muchos años. Esta afirmación incomodó a muchos, molestó a otros y los “indígenas” que llevan encerrado en el pecho la consigna de la propiedad privada de la tierra hicieron todo por acallar esta voz originaria. Los calificativos o más bien descalificativos cayeron como granizo sobre un viejo loco, conformista, primitivo, indio, ignorante, incivilizado, haragán, enemigo de la prosperidad entre otras perlas.

Cuentan nuestros antepasados -hijo- que los dioses o más bien, guardianes, que hicieron la tierra, los árboles, los animales y los pueblos, viven en comunidad, es decir, que son muchos dioses, solo que no conocíamos esa palabra dios porque hablamos maya y en nuestra lengua los conocemos como Yuum Cháak, Yuum Iik’, Yuum K’áax, Yuum Báalam, Yuum K’iin, Yuum Áak’ab, Yuum Ka’an, Xunáan Xch’eel, Xunáan Xtáab, Xunáan X-Uj entre otras y otros. Les llamaremos aquí en esta lengua prestada, dioses-guardianes-comunitarios (DGC). Así en comunidad crearon la tierra. Por eso no puede ser propiedad de uno solo, decían que es muy triste si existiera un solo dios, estaría muy solo y esa soledad lo puede convertir en propietario de todo lo que existe, en terrateniente, en cacique y en su angustia se volvería autoritario por el monopolio que tiene sobre las cosas; quienes lo conozcan y decidan ser sus seguidores pueden imitar su ejemplo, hacerse propietarios únicos de esta tierra hasta hacerse el hombre más rico en un país de millones de pobres. En cambio nuestros DGC, una vez terminada esa creación que fue de las más difíciles de lograr, se reunieron para hacer un acuerdo sobre el destino de esta tierra, Yuum K’áax propuso que los hombres y mujeres mayas deben ser los herederos de esta tierra solamente si conservan su ser comunitario de vida, que no es posible darle una porción de tierra a cada persona ni a cada familia sino a cada comunidad porque los dioses-guardianes son comunidad y crearon la tierra en comunidad para las comunidades. Todos y todas estuvieron de acuerdo. Entonces llegaron los dioses y a cada comunidad se les compartió la tierra que no es tierra sino territorio porque no es propiedad individual, tampoco es propiedad de los hombres sino es creación de los dioses que comparten con los hombres y mujeres para recrear la vida, para que ahí tengan a sus hijos, para que ahí tengan maíz, frijol, calabaza y chile para alimentarse y para ofrendar a sus dioses, por eso el hombre maya no puede tener tierra, lo que puede tener es territorio, él es imagen y semejanza de los dioses-guardianes-comunitarios, es apenas un guardián, es decir, lo que es de todos los de la comunidad, -dijo el abuelo maya al nieto, el único que tuvo interés en escuchar las historias muy primeras de nuestros antepasados.

Las comunidades mayas practicaban el múul meyaj, el trabajar comunitariamente, así como los ritos principalmente agrícolas como el ch’a’acháak, de los más importantes por su duración y su estética o magia. Las fiestas no son de un propietario como sucede ahora que hacen la inversión de un dinero para generar mucho más, es decir un negocio, no, las fiestas mayas son comunitarias como la música, el baile, el teatro, los recitales, todo es comunitario porque se reproduce la comunitariedad de los dioses-guardianes.

Los DGC procuraron poner en las yerbas la esencia de la medicina, pensaron en su corazón que la salud es un derecho humano, por eso debe ser gratuita y distribuida en cada árbol, en cada yerba, en cada parte de la creación.

Los hoy nombrados indígenas por “compasión” del poder, renunciaron a la comunidad, se han convertido en propietarios de la tierra y la ofrecen como mercancía para tender el típico espejo extraño, hacen negocio con la medicina, entregan un espúreo bastón de mando al extraño, le sirven agradecidos a la humillación, sueñan con un tren que les borró la memoria de los wi’it’, ofrecen su turbia voz a las empresas que violentamente se apoderan del territorio maya.

El ch’a’acháak comunitario. Rancho viejo, José María Morelos, QRoo. Foto/Haizel de la Cruz

La espiritualidad maya a día de hoy sigue la plegaria, sigue la palabra antigua, la identidad comunitaria, lleva en su voz “el territorio no se vende ni se renta”. La tierra es del dios único, solitario, cacique; el territorio es de los dioses-guardianes-comunitarios, es de la comunidad y se defiende comunitariamente.


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